Crimen y misterio en la mansión de la señora
La Semana Santa, se sabe, está sobrevolada por la Pasión, la Muerte y la Resurrección. Bueno, Domingo de Ramos apela a las dos primeras. Pero no precisamente a las de Jesús, sino a las de Rosa (Gigi Rua). Pasión y muerte que fueron por demás intensas. O al menos eso es lo que suponen un par de policías no bien encuentran el cuerpo sin vida en su amplia y solitaria mansión. Por si fuera poco, el cadáver está rodeado de una suma más que interesante de dólares. Los muchachos actúan con premura escondiendo el dinero justo antes de la llegada del subcomisario (Gabriel Goity). ¿Crimen? ¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Sumatoria de fatalidades? El eje del opus cuatro de José Glusman, parte de la Competencia Nacional del penúltimo Festival de Mar del Plata, está, entonces, en la reconstrucción del desenlace de la ominosa dama, en los vericuetos de sus últimas horas.
El director de Cien años de perdón articula su “thriller pueblerino” –así lo definió en varias entrevistas previas– de forma fragmentada, jugueteando con la cronología para desplazarse libremente a lo largo de los días previos al período litúrgico del título. Esa metodología facilita la exhibición durante los primeros veinte minutos de diversos personajes, todos potencialmente involucrados en el deceso. El problema es que encajan en la trama igual que pasajero de subte A en hora pico: a presión, apretujados y pugnando por una bocanada más de oxígeno-desarrollo. A saber: el avasallante marido (Héctor Bidonde), el vecino amenazado por un mundo ajeno (Mauricio Dayub); el jardinero rengo, presencia constante y perturbadora en el cosmos de Rosa, o el joven lacónico vendedor de gallinas son apenas contornos esfumados. Incluso el mismísimo subcomisario, siempre listo para los revolcones furtivos, tiene algo que esconder.
Esa galería, sumada a la reconstrucción física de un loro muerto, deja entrever el tono de whodunit clásico patinado por un grotesco ciento por ciento argento que atraviesa al film sobre todo en su parte final. Sin embargo, es válido preguntarse por el voluntarismo o no de la combinación. Porque ese grotesco es consecuencia de las líneas argumentales abiertas mediante flashbacks. El resultado es una suerte de boomerang cinematográfico: aquellos elementos colocados para magnificar el aura ominosa circundante al asunto nodal (el trasplante de la hermana del policía, el chusmerío crónico y enfermizo de las vecinas, el malestar del médico y un largo etcétera), terminan contribuyendo, en cambio, a deshilacharlo, vaciándolo de toda trascendencia.