Pueblo chico y nada más.
José Glusmán utiliza como estructura, el día en el que comienza semana santa, interesante fecha que concentra la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Domingo de Ramos, se desarrolla en un pueblito, como cualquiera aclaran, que promete infierno pero se queda a mitad de camino, iniciando solo un fuego para luego perderse en una compleja trama que no amerita.
La historia se desata cuando un saturado subcomisario, interpretado por Goity, llega a una vieja casona para dar con el cuerpo sin vida de Doña Rosa, personaje principal otorgado nada más ni nada menos que a Gigia Rua, la cual realiza una idónea composición de acuerdo a lo acotado y torpe de su personaje. Mientras tanto, el relato sufre de flashbacks y flashfowards en exceso, lo cual en algunos casos se justifica y en otros resulta denso y hasta molesto, pues bien cumple a función de la novedad, en la forma del relato no lineal, pero rompe algunos lazos interesantes para el desarrollo.
A pesar de los puntilloso que pareciera el armado de los personajes, a los cuales se les adivina una dedicación, terminan difuminándose a medida que avanza el film. Y así el rol de Ramos, personaje a cargo de Dayub, parece no tener una conexión directa con el relato que el espectador debe ir reconstruyendo sin demasiados obstáculos. Todos los habitantes del pueblo son atrayentes, pero solo meras señales para el argumento, quedando vacíos. Así, se pierden actuaciones memorables como las de Pompeyo Audivert o Hector Bidonde.
El director de Cien Años de Perdón (2000) y la comedia Solos (2006) vuelve al ruedo con un policial negro demasiado concentrado en el final inesperado, haciendo que todo lo inexplicable y/o tomado de los cabellos se sepa excusar.
Se rescata que en este nuevo auge del cine argentino, se vuelva a pensar en el thriller y el policial, otorgándole una oportunidad a otro genero saliendo del drama y la comedia.