José Glusman es un realizador interesante: a un debut menor (Cien años de perdón) siguió una película muy interesante (Solos). En ambas mostró un buen ojo para los detalles cotidianos y buena mano para hilvanarlos en la ficción. Aquí se trata de la investigación de un crimen que lleva aparejado un drama de pueblo chico. Lo mejor de la película es, justamente, la mirada; su debilidad, cierto peso teatral tanto en la construcción de la trama como en las actuaciones.