Uno de los personajes clave de la dupla Hanna-Barbera llega a la pantalla grande, y en manos de mexicanos y argentinos.
Pasaron cincuenta años desde que Don Gato pisó por primera vez el callejón. Cincuenta años, conformados por varias generaciones que pasaron tardes enteras mirando en qué problemas se metía el felino esta semana. La serialización terminó y se repitió incontables veces, hasta que medio siglo después, y por primera vez, Don Gato y su pandilla llega a la pantalla grande y desde afuera de Hollywood.
Para esta adaptación, los estudios Ánima de México e Illusion de Argentina unieron fuerzas para crear una nueva aventura, aggiornada a nuestros tiempos, en donde este carismático felino pueda protagonizar sin quedar obsoleto, y el resultado, hay que admitirlo, fue positivo.
La historia nos cuenta cómo Don Gato se ve envuelto en una trampa impuesta por el nuevo jefe de policía, Lucas Buenrostro, un tipejo horrible con ínfulas de galán que despide a toda la fuerza, incluído Matute, para reemplazarlos por infalibles robots. Así, Don Gato irá a parar a la prisión, pero no cualquier cárcel, sino a una donde exclusivamente se alojan a los perros más sanguinarios de la ciudad. Por suerte, el ingenioso gato logra que todos lo confundan con un perro, lo que le salva la vida de momento, pero no podrá pasar toda su vida así, y lo sabe. Por suerte, Matute y la pandilla de Don Gato, desde el exterior, comienza a planear la forma de que su amigo pueda escapar. Pero, claro, piensen en lo torpes que son todos, y podrán llegar a la conclusión de que cada idea terminará en un delirio.
El mayor problema que tiene la película es de una subjetividad tan impresionante que hasta me averguenzo de escribirla, y es que prácticamente no tiene chistes adultos. Claro, en algún u otro momento algo se desliza que nos hace reír, pero va más por el lado del absurdo que por la broma pensada. La mayoría de la película está dedicada para los más chicos, que se reirán a carcajadas con las boberías de Benito, con la tartamudez de Demóstenes y con el magnetismo de Don Gato. Mención aparte merece el villano, Lucas Buenrostro, un tipo tan desagradable que irrita.
La animación, mezcla de dibujo tradicional y paisajes 3D, está bien realizada. Es una lástima que los decorados hayan quedado tan “artificiales”, pero como puntapié inicial en una industria nada explotada en Latinoamérica cumple su cometido.
Don Gato y su pandilla 3D llamará más la atención del público nuevo que de aquellos cuarentones y treintañeros que busquen un golpe de nostalgia. Lamento decirles que eso no es algo que inunde la película, ya que-más allá de algún guiño, como la clásica presentación del show-todo evolucionó. Y está bien que lo haga.