Fantasías desanimadas de ayer y hoy
Vengo a descubrir con el estreno de Don Gato y su pandilla que la serie que veía en mi infancia tuvo una vida bastante corta: nada más que una treintena de capítulos allá en los comienzos de la década de 1960 (aclaro que yo la vi en los ochentas). De ahí que uno pueda suponer que no había un universo demasiado rico para explorar y que su traspaso a la pantalla grande haya tenido que ver exclusivamente con un fin económico, de seguir explotando estos personajes del pasado para erosionar la nostalgia de padres y agudizar el deseo de los niños por nuevos personajes animados. Sin embargo, de cuestiones mínimas como un juego de parque de diversiones o un libro de lectura escolar, salieron cosas muy interesantes como Piratas del Caribe o Lluvia de hamburguesas, por lo que ya es tiempo de dejar de lado el prejuicio con estas cosas y más allá de cuál haya sido el material de base, adjudicar los malos resultados a la pésima reelaboración del original. Don Gato y su pandilla es por mucho uno de los peores films animados del año, y no deja de ser una pena debido a algunas particularidades de su producción.
Don Gato pertenecía a la escudería de Hanna-Barbera. Sin embargo cuenta la leyenda que en los Estados Unidos no tuvo demasiado éxito, aunque su figura quedó impresa en la memoria colectiva de los televidentes de América Latina, vaya uno a saber por qué. Fue entonces que en el medio de un revival de todo tipo, Hanna-Barbera cedió los derechos de su personaje (del que no tenían ni ganas de hacer una película en los Estados Unidos) para que una compañía mexicana en coproducción con la Argentina haga un film destinado, fundamentalmente, a la audiencia de habla hispana. Es por este motivo, por el esfuerzo de producción evidente (buen trabajo de voces, un aspecto visual que recrea aquellos dibujos de manera precisa, una esforzada banda sonora que no deja de lado el histórico y pegadizo leit motiv musical), que uno desearía que Don Gato y su pandilla sea un film mucho mejor de lo que es. O aunque sea, un poco mejor.
Porque salvo los primero minutos, esos en los que suena el viejo tema de presentación, y algún que otro chiste aislado, Don Gato y su pandilla es un film verdaderamente pobre, que intenta aggionar los personajes, involucrando una subtrama algo pesada sobre control policial y poder, pero que resulta demasiado enredada para los chicos y sumamente infantil para los grandes. Por otra parte, se hace demasiado evidente el estiramiento del cartoon habitual a una historia de 80 minutos, y una recurrencia a todos los clichés del cine animado que vende hoy, desde el interés romántico hasta los chistes “adultos”, pero todo sin demasiada convicción ni esfuerzo. Don Gato y su pandilla confunde y nunca entiende a su original: las tropelías del protagonista y sus amigos contra el oficial Matute, que recordaban a ese humor del cine mudo donde el poder era representado por el agente policial callejero, son puestas aquí bajo otra perspectiva. Así, Matute gana en protagonismo y Don Gato pierde espacio, perdiéndose el norte del original y volviéndose demasiado condescendiente con aquel personaje que causaba tanta antipatía cuando éramos niños (grosero error: hay una presentación de personajes bastante torpe y ligera, como dando por hecho que el espectador ya conoce a los protagonistas). La película de Alberto Mar sólo luce su calidad de imagen y sonido digital (igualmente su 3D es inexistente), pero se olvida de que las tecnologías sirven nada más en lo superficial. A los guiones (aunque a veces, como en este caso, no lo parezca) los siguen escribiendo los seres humanos.