Desde sus comienzos en el ala más independiente del cine norteamericano a principios de la década de 1990, Richard Linklater ha construido una filmografía algo irregular, pero siempre interesante y ecléctica. En todas sus películas puede entreverse cómo han ido mutando sus inquietudes personales, en tanto se trata de uno de esos directores que maduran junto a su cine: no por nada pasó del vagabundeo adolescente de Slacker y Rebeldes y confundidos a indagar en el proceso de envejecer y hasta la muerte en la enorme El reencuentro.
El director pega un giro de 180 grados en ¿Dónde estás, Bernadette? Primero, porque no es un cineasta habituado a indagar en universos femeninos y mucho menos en uno que incluya la maternidad. Sí, es cierto que en Boyhood: Momentos de una vida el rol de madre de Patricia Arquette resultaba fundamental, pero el punto de vista de la película no era el de ella sino de ese hijo que crecía frente a cámara. Además, otro signo de su predilección por los personajes masculinos era el trato amable, casi celebratorio que le dispensaba al padre interpretado por Ethan Hawke aun cuando se tratara de un hombre no muy presente en el proceso de crianza.
Aquí, en cambio, la historia -basada, además, en la novela homónima de Maria Semple- es narrada desde la óptica de la mujer del título. Bernadette (Cate Blanchett, que duerme en formol) es una próspera arquitecta que, sin embargo, hace un buen tiempo no logra un trabajo a la altura de su prestigio. Apresada por el tedio de la rutina en Seattle, una ciudad que no le cae precisamente bien, de buenas a primeras se toma el buque –literalmente- sin avisarle a su hija ni a su marido, quienes iniciarán un largo viaje para reencontrarse con ella en el lugar menos esperado.
Sostenida principalmente en el enorme trabajo de la actriz australiana, el vigésimo largometraje del director de la trilogía Antes del amanecer / del atardecer / de la medianoche es tan eficaz como despersonalizado. Todo funciona como tiene que funcionar, las vueltas del guión están perfectamente lubricadas y la protagonista está lejos de lo unidimensional. Pero, a su vez, luce demasiado frío, calculado, como si Linklater hubiera olvidado el naturalismo que ha caracterizado sus trabajos. El resultado es un relato atendible y disfrutable, pero menor dentro de una filmografía que ha sabido entregar varias películas fundamentales de las últimas décadas.