Fantasmas con cama adentro
Donde habita el diablo se construye sobre lo que no hay: no hay banda sonora ni música incidental, tampoco golpes bajos, actuaciones exageradas o efectos especiales espeluznantes. Además, y en primer lugar, se sobrepone a la limitada inspiración de los retituladores que transformaron Apartment 143 en Donde habita el diablo porque sí, habida cuenta de que que no hay ni siquiera una referencia a Mefistófeles, religión o exorcismo alguno en los 95 minutos de la ópera prima del catalán Carles Torrens, un director sub-30 a quien habrá que prestar mucha atención.
Con la referencia obligada a otro clásico español del género como Rec (por la utilización a rajatablas del recurso del "falso documental"), Torrens se entromete en la vida de una familia compuesta por padre viudo, hija adolescente e hijo pequeño, en una casa-departamento presuntamente asediada por fenómenos paranormales, los mismos que películas como Actividad paranormal contribuyeron a, curiosamente "normalizar".
Contando con eso a su favor, Torrens va un poco más allá y (con cámara en mano cuidadosamente descuidada) pone en escena a un psicólogo especialista que viene de un instituto de investigación junto a dos asistentes para determinar el origen de lo que allí sucede. Ante los ojos del espectador, el argumento y el guión muestran, sí, "cosas que pasan", pero comienzan a desactivar los clisés que podrían esperarse en una historia de estas características, hasta el punto asegurar que los fenómenos paranormales no existen sin una causa originada en los seres humanos vivos.
Quizás el recurso más sencillo, y a todas luces el más efectivo de Torrens sea ese: tomar sucesos inexplicables que tienen lugar en un mundo inaccesible para el ojo humano y dotarlos de una causa real, de un origen cierto en un hecho ocurrido en la dimensión donde todo nos es más familiar.
Al mismo tiempo, en el clima opresivo de esos pocos metros cuadrados, el proceso va desnudando la verdadera historia de ese núcleo con vínculos familiares enfermos, cada vez más a medida que afloran con virulencia el odio, la culpa y los sentimientos reprimidos. La virtud es, entonces, llegar a mostrar eso como algo mucho más aterrador que los fantasmas que supuestamente asolan a los protagonistas.
Y entre todo lo que no hay en Donde habita el diablo, tampoco hay una intención explícita de asustar al que mira. El temor, si aparece, no vendrá de la pantalla.