En varias oportunidades se ha mencionado que Hollywood parece estar relegando su cuota de originalidad a dos géneros puntuales, la animación y la comedia. La animación es considerada de esta manera debido a la forma en que ha expandido los horizontes del cine infantil, por lo que podríamos reescribir lo dicho y afirmar que la originalidad proviene de la comedia y del cine “para niños” en su totalidad (en esta película, así como en todas las películas supuestamente “para niños” podemos ver que esta denominación es vaga y poco coherente con las dimensiones que pueden adoptar algunas películas inicialmente orientadas al público infantil). No es casual que dos de los directores más personales del Hollywood actual, como Wes Anderson y Spike Jonze, se hayan volcado en el mismo año, con apenas un mes de diferencia en su estreno en Estados Unidos, al cine infantil. Si uno analiza con detenimiento los estrenos de los últimos años, se puede apreciar claramente que algunas de las películas más complejas y originales fueron pensadas, específica u originariamente, para el público infantil. No es casual, entonces, que dos directores que, con pocas películas en su haber, han logrado ganar un espacio único en el amplio espectro americano, hayan aprovechado el mejor momento del cine infantil, para acercarse por primera vez a este universo. Para este salto, ambos han optado por refugiarse en la pluma de dos grandes creadores de obras infantiles, en este caso, en Maurice Sendak (más conocido por su trabajo como ilustrador que como autor), y en el caso de Anderson, en Roald Dahl. Tanto la obra de Sendak como la de Dahl se caracterizan por no subestimar al niño lector ni a su particular universo.
Pero ahora centrémonos en el caso de Where the wild things are, este interesante abordaje de Jonze del mundo infantil. Considerar que esta película es para niños es sumamente imprudente. Jonze tuvo varios conflictos con la producción a la hora de realizar esta adaptación del libro ilustrado de Sendak, e incluso el resultado final carece de la ligereza que se espera de una película para niños. El planteo, sin ser oscuro (la inmersión de un chico incomprendido por su familia en un mundo fantástico habitado por monstruos), lejos está de ser condescendiente y liviano, de hecho se sumerge en la oscuridad interna del niño protagonista, con su necesidad de encontrar un poco de comprensión, y su enfrentamiento con el mundo adulto. El mundo imaginario no es Narnia, ni Fantasia (el mundo de La historia sin fin), es decir, el niño no pasa a formar parte de una aventura fantástica, sino que ingresa en un universo donde se siente más amado y protegido, pero cuyo enemigo no es externo sino interno. No hay buenos y malos, sin embargo, una vez que Max ingresa en este mundo y se autoproclama rey, comienzan a surgir los conflictos internos. La sucesión de estos y el modo en que afectan al vínculo entre las criaturas y Max lo hacen llegar a la conclusión de que no es fácil gobernar incluso la propia imaginación, menos cuando se cree que gobernar o liderar es apenas un juego de niños.
Como puede apreciarse, el mundo de las criaturas salvajes no dista de la supuesta civilización en la que vive Max, aunque Jonze rápidamente se ocupa de sumergirnos en el mundo paralelo, relegando la complejidad del mundo adulto a la desatención de la madre de Max (Catherine Keener, brillante como siempre), dando por sentado un paralelismo entre ambos universos. El conflicto principal de Max no es poder convivir con los adultos o con los monstruos, sino afrontar la terrible idea de que su monstruo interno va camino a ser despojado de todo salvajismo y que, en algún momento, deberá entender a los adultos, porque él mismo será uno de ellos. Nada más desolador, para Max o para cualquier niño espectador, pero así como está hecha esta advertencia, cabe decir que lo mejor de Jonze es que se acerca al niño sin un discurso pedagógico, sin suponer que está en el lugar del adulto aleccionador que cree entender su mundo. Jonze le habla respetando su imaginación, pero a su vez, se dirige al proyecto de adulto que hay en él, con sus conflictos internos antes que con una aventura lisa y llana.
Jonze se ha formado un nombre gracias a sus dos únicas películas antes que esta, y más allá de las diferencias entre Being John Malkovich, Adaptation y esta última (además del universo infantil, una diferencia central con las anteriores es la ausencia de Charlie Kaufman, con su peculiar ingenio narrativo, que tanto bien les hizo a aquellas y que en esta hubiese hecho demasiado ruido), en las tres puede hallarse un hilo común en la necesidad de comprensión del torbellino interno que azota a los protagonistas de cada una de ellas. En este caso, Jonze apela a un relato más clásico, pero no por ello menos complejo, y para eso cuenta con varios aciertos. El primero, después de la materia prima que significa la obra de Sendak, es la colaboración de Dave Eggers en el guión. Eggers, que hace poco se ha destacado además como coguionista de Away we go, demuestra con ambas películas que es un autor capaz de ingresar al interior de sus personajes y captar la esencia de ellos.
El mayor acierto seguramente es la elección del pequeño Max Records para el rol protagónico, un actor que está a años luz del resto de los niños actores del Hollywood actual, y que no sólo le aporta una enorme frescura y espontaneidad a su personaje, sino que ha sabido entender el conflicto interno de su personaje, no quedándose en una mera histeria, o en una simple dosis de carisma. Su fuerza actoral parece sugerir un enorme futuro profesional, si la industria lo sabe aprovechar y no lo termina destruyendo en el camino. A este acierto se le suma el de la mencionada Keener, y las voces de Chris Cooper, James Gandolfini y Forest Whitaker, capaces de darle a cada una de las criaturas que les toca interpretar, una dimensión real.
El otro acierto evidente es la construcción de las criaturas. Jonze, pudiendo refugiarse en la animación digital, ha apelado a la artesanía visual que conoció y amó en su infancia, y convocó a la Jim Henson Company, herederos del talento creativo del creador de los Muppets, y de Laberinto, quienes aquí han logrado un trabajo de una asombrosa perfección. Y con este dato se refuerza la idea de que, con esta película, Spike Jonze no pretende seducir al niño actual, sino acercarse al niño de su generación, a su propio niño, al niño universal, sin complacencias de ningún tipo, sumergiéndose en el torbellino que implica ser un niño en un mundo dominado por adultos, y logrando una preciosa pintura de esta compleja realidad.