Sensatez y sentimientos
El nuevo filme de Spike Jonze -director de ¿Quieres ser John Malkovich? y El ladrón de orquídeas- forma un particular trío junto con El desinformante -la más reciente película de Steven Soderbergh- y El Fantástico Sr. Fox -último opus de Wes Anderson-. Las tres fueron dirigidas por autores consagrados por las instituciones críticas y académicas; polémicos y con numerosos desniveles -la filmografía de Soderbergh, por ejemplo, alcanzó un momento de casi nulo interés-; pero con un imaginario particular, que han tenido una fuerte repercusión incluso en la taquilla. Sin embargo, a pesar de que amagaron con estrenarse en cines, sus distribuidoras argentinas terminaron mandándolas al fangoso y poco prometedor terreno del directo a DVD. Esto ya de por sí es un paso atrás, pero si lo pensamos en términos de calidad, uno empieza a preguntarse por qué se estrenan en cines porquerías absolutas, mientras se dejan de lado a grandes obras como estas.
Basada en una novela corta de Maurice Sendak, Donde viven los monstruos vuelve a quedar asociada a Fantastic Mr. Fox e incorporando un nuevo vértice en Toy Story 3. En las tres se percibe una atmósfera artesanal y personal, donde los cuerpos y/u objetos adquieren un carácter palpable: el espectador siente a cada momento el impulso de “tocar” la película. Esto se da por las composiciones plásticas y táctiles de los filmes, pero también porque los distintos protagonistas producen una identificación y cariño tan fuerte que invitan a zambullirse dentro de la pantalla. Hay un fuerte perfil transitivo y sensitivo, en el que las tramas impactan de manera mayúscula en la memoria emotiva del espectador.
En el caso de Where the wild things are, se debe señalar que es un filme infantil sobre la infancia -lo cual puede parecer redundante, pero no lo es tanto-, lo cual no significa que necesariamente lo puedan ver los chicos. De hecho, los ejecutivos de Warner -productora y distribuidora del filme-, que convocaron a Jonze con la intención inicial de apuntar al público infante, se mostraron furiosos con el realizador. Es que con lo que se encontraron fue con un drama familiar expresado a través de las fantasías, miedos y deseos de un niño.
Jonze, junto al guionista Dave Eggers, fue hilvanando una reescritura del material original, que respetó el espíritu de lo escrito por Sendak, pero utilizándolo como punto de partida para volcar en el ámbito cinematográfico obsesiones y metas personales. Se pueden intuir dentro del relato de Donde viven los monstruos varios trazos vinculados al poder de la imaginación ya presentes en la filmografía de Jonze, que esgrime numerosas herramientas de sus orígenes videocliperos en pos de la construcción de un mundo fragmentado en imágenes y sonidos, que no es más que la expresión audiovisual de la búsqueda de identidad de los personajes.
No es infantil. No es mera adaptación fiel al cuento. Es un filme personal de Jonze, con apuntes de su infancia. Que sea sobre la infancia, no significa que lo puedan ver los chicos.
El niño protagonista, Max, crea un mundo que parece hecho a su medida, lejos de los límites impuestos por su madre (quien parece demasiado ocupada para prestarle atención), su hermana mayor (demasiado concentrada en hacer amigos de su edad) y su padre ausente. Las criaturas que pueblan su universo lo consagran rey, y todo parece ir bien. Pero resulta que cada uno de ellos tiene sus propios problemas, motivaciones, deseos, virtudes y miserias. Está la que es negativa todo el tiempo; la de comportamiento adolescente y rebelde; el que se siente incomprendido y no escuchado; el que es sabio, aunque no sea capaz de liderar; el fiel a toda prueba, incluso negativamente; el que encabeza todas las iniciativas, aunque le cuesta lidiar con esa responsabilidad y las ansias que lleva adentro. Todos son como una pequeña parte de Max, quien pasa a tener el poder de un Dios, eje de todas las miradas, poseedor de todas las respuestas. Aunque en verdad, la mayoría de las veces no sepa qué hacer con todo ese poder y en vez de argumentaciones sólidas, sólo tenga dudas. De repente, es como el Padre de todas las Criaturas, y sólo aprenderá lo que pueda, paso a paso, incluso a costa de sentir y causar dolor.
Donde viven los monstruos es en sí una reflexión oscura y a la vez luminosa sobre la religión y sus figuras, del peso que cae sobre ellas, de las edificaciones ficcionales y mitológicas alrededor de ellas. Igualmente sobre el arte, su poder de inventiva, su capacidad de crear nuevas realidades y cómo los elementos creados por la mente pueden adquirir autonomía. Spike Jonze especula sobre el rol creativo, sin dejar de explorar nociones referidas a la infancia como espacio-tiempo de choque frente a las convenciones adultas.
Con todas estas variables teóricas y narrativas, Donde viven los monstruos no deja de ser un filme arrollador, triste y melancólico en su tono general, aunque a la vez profundamente vital. Indudablemente contradictorio, usa esas mismas contradicciones como instrumento pensante y sensible. Da todo y pide todo, sin medir las consecuencias. Una valentía así es digna de aplauso.