Hace un tiempo, en Twitter, alguien, con sarcasmo, le comunicó a alguna de las nuevas generaciones que décadas atrás cosas que ahora parecen haber existido desde siempre como Indiana Jones, Los Cazafantasmas o Star Wars eran “inventadas para el cine” y no eran marcas preexistentes. Ese alguien lo hizo en un buen tweet, o tuit, pero no logro encontrarlo ahora, ni acordarme de su nombre. Era un tuit con buena forma; también en Tuiter importa la forma. Hoy, en un mundo de películas dominantes en el que casi nada de lo más exitoso es creado para el cine fui a ver -varios días después del estreno y porque Juan Pablo Martínez la recomendó, claro, en Twitter, y en este tipo de cine suelo coincidir con él- la película de Dora, que se llamay Dora y la ciudad perdida.
Esta Dora está basada en la serie Dora, la exploradora de Nickelodeon, de la que se hicieron 172 episodios y yo no había visto ninguno. Y fui a ver la película también porque, claro, la dirigió James Bobin, el señor que dirigió Los Muppets de 2011, una de esas películas de imaginación renovada y renovadora, una de esas películas que conectaban con algunas de las mejores tradiciones del show debe seguir en Hollywood, una película que, lo recordaba hoy al encontrarme con una canción de Frankie Valli, conecta con otra película de alguien que sabe conectar con el corazón del cine que puede resucitar al cine: Jersey Boys de Clint Eastwood. Y así fue que antes de ir a ver Dora y la ciudad perdida me dispuse a ver los 172 episodios de la serie. No, mentira, me dispuse a ver algunos. No, también mentira, ni se me ocurrió. Y tampoco leí los libros de Harry Potter antes de ver algunas de esas películas. Sí leí el libro en el que se basó Eastwood para Invictus, pero no me acuerdo si fue antes o después de ver la película, o si fue antes o después de escribir la crítica de la película. Cada uno se encuentra con las películas como quiere y/o puede, o en algún lugar por ahí, un lugar irrepetible, un lugar que quiero definir como kaeliano, por Pauline Kael.
Y entonces, sin pasar por Nickelodeon, fuimos con mi hija mayor a ver Dora y la ciudad perdida. Una Dora ya convertida en adolescente a los pocos minutos de película -buena, vigorizante elipsis para su crecimiento-, seguramente para captar a la generación que ahora ya está cerca de los 12 años y que veía la serie animada en el pasado de la primera infancia, a veces más cercano para un adulto que para alguien que no para de crecer. No sé si me perdí mucho de la película, o más bien nunca sabré qué me perdí por no haber visto la serie, aunque me dieron ganas de verla, aunque no creo que lo haga. Pero a Dora y la ciudad perdida llegué como llegué; es decir, sin ver ni uno de los 172 episodios. Mi hija me contó algunas cosas y me explicó otras, pero la película se sostenía con sus propias armas; y en mi caso no había necesidad de referencias o sedimentos previamente conocidos, y si en algunos momentos era claro que la película estaba jugando con códigos que venían de la serie, lo hacía sin necesidad de empantanarse en la referencia. Así eran las aventuras antes, así supimos acercarnos a Los Goonies, con el saber del género aprendido en otras películas, en muchas o en pocas. Dora y la ciudad perdida remite a un cine casi perdido, y se pueden trazar varias comparaciones entre detalles de su argumento y el estado de la industria, pero sientanse libres de hacerlas al ver la película, una de esas hechas con gracia, de las de risas y emociones ante el poder narrativo y maravilloso del cine, con gente que además de hacer la película parece haberse divertido haciéndola, sin escuchar demasiado a los guardianes de los tanques hechos con “los temas urgentes del momento”, esos que anulan la perdurabilidad de las películas, esos que contaminaron a Pixar hasta asfixiarla. Con los años Dora y la ciudad perdida va a poder ser vuelta a ver, tal vez en una merienda en doble programa con Los Goonies, mientras el triste destino de Toy Story 4 será, seguramente, servir de aperitivo -o, peor aún, de ejemplo- a alguna clase de Sociología no muy inspirada ni inspiradora.