Adaptar una serie animada, con espíritu didáctico y bilingüe a un film de aventuras es un desafío que Dora y la ciudad perdida logra superar. Su mayor hallazgo es la utilización humorística de características propias de la serie, como quebrar la cuarta pared para enseñar una palabra en castellano o el hábito de inventar canciones para casi cualquier situación. Isabela Moner, como Dora adolescente, consigue un equilibrio entre el trazo más grueso del personaje animado, el guiño al público y su aspecto más humano. Pero más allá de sus aciertos, la película resulta muy despareja. Junto a momentos inteligentes y graciosos hay otros que aburren o resultan irritantes.