La película de Dora es una aventura constante de casi dos horas en donde el sub-texto es claro y conciso y la historia atrapa por ser entretenida. Incluso con sus clichés, propios del género, el film logra hacerse fuerte desde sus ganas de divertir a grandes y chicos.
Dora la exploradora (2000-2015) es la serie emblema del nuevo milenio para la cadena Nickelodeon. En ella se presentaba a una pequeña exploradora que gracias a sus amigos ¿imaginarios? iba resolviendo los diferentes enigmas y situaciones que cada episodio presentaba. Debido a su génesis de serie auto-conclusiva, donde su trama tampoco era muy complicada y que más que nada era un show enfocado a los niños donde constantemente se buscaba la interacción con ellos, la popularidad de Dora fue creciendo exponencialmente y logró ubicarse de lleno en la cultura de popular. Ahora, la serie creada por Chris Gifford, Valerie Walsh y Eric Weiner es llevada a la gran pantalla en forma de live action bajo el nombre de Dora y la ciudad perdida (Dora and the Lost City of Gold, 2019), una película que cuenta con un guion escrito por Nicholas Stoller y Matthew Robinson, siendo dirigida por James Bobin (Los Muppets, 2011).
En su primera aventura cinematográfica, Dora (Isabela Moner) ya no será la niña que se supo ver en la serie, sino una adolescente. Con todas las dificultades que esto trae, habrá que sumarle que Dora se mudará de la selva, donde siempre ha vivido con sus exploradores padres Elena (Eva Longoria) y Cole (Michael Peña), partiendo en un viaje en búsqueda de una ciudad perdida, a la gran ciudad de Los Ángeles con su primo Diego (Jeff Wahlberg) y sus tíos. Allí, Dora deberá descubrir cómo relacionarse con los chicos y chicas de su edad y adaptarse al ritmo de la secundaria. Pero si esto no fuera poco, en el medio de su estadía Dora descubrirá que sus padres han desaparecido en la selva y ella deberá regresar para rescatarlos. Con la ayuda de su primo, Alejandro (Eugenio Derbez), un viejo conocido de sus padres, y de su mejor amigo Botas (Danny Trejo), el mono parlanchín, Dora deberá ingeniárselas para lograr encontrar a sus padres, a la ciudad perdida y cuidar de su vida y la de sus amigos en la peligrosa jungla.
A pesar de que el guion de la película está conformado de la manera más convencional posible e incluye todos los clichés que pueda tener una historia de aventuras conformada por adolescentes, hay que rescatar varios elementos que logran que Dora y la Ciudad Perdida sea una obra que logra destacarse de sobremanera. Para empezar y desde un primer momento, la película decide jugar con el espectador de manera directa, estableciendo ciertos parámetros (ruptura de la cuarta pared, por ejemplo) que se irán desarrollando de manera natural a lo largo de todo el film, haciendo una experiencia disfrutable para chicos y grandes. La dinámica de la película logra que se despierte el interés en el espectador y sobre todo que se entretenga a lo largo de todo el metraje. Su gran puesta en escena y el montaje que lleva adelante el film logra emparentarse bastante a películas como las de Indiana Jones o a juegos de aventura como el Uncharted, en donde todo el tiempo pasan cosas interesantes. Todo esto sumado a una gran cuota de “corazón” en donde la aventura funciona como metáfora y el sub-texto termina siendo lo más rescatable, cómo bien supo lograr el clásico Los Goonies (1985), pero siempre manteniendo la esencia del material original.
Las actuaciones están lejos de ser brillantes pero cumplen con su propósito a la perfección. La distribución de tiempo en pantalla es la justa y necesaria para que todos los personajes tengan su desarrollo, su participación importante y una evolución en cuanto al primer vistazo y al último que se obtiene de ellos. Si bien por cuestiones lógicas de protagonismo Isabela Moner es la que más tiempo y diálogos tiene, la joven brinda una gran actuación demostrando su simpatía y versatilidad para las escenas de acción.
Dora y la Ciudad Perdida es una película que sabe a lo que juega y sabe como mostrarlo en pantalla, brindando una propuesta que le hace honor al material original pero que al mismo tiempo se adapta a los tiempos modernos.