“… encontrar respuestas puede ser tranquilizador, pero en la vida y en el cine me gustan más las preguntas, las que incomodan y nos obligan siempre a pensar otras formas de vivir y de hacer cine”
(Vagnenkos en entrevista para Télam).
Hay paradojas, homonimias, ironías y sentidos ocultos a lo largo de Dorados 50, ‘una comedia documental’ de Alejandro Vagnenkos y Víctor Cruz. Las tres primeras están manifiestas desde el título y subtítulo de la obra recientemente estrenada en salas bonaerenses y en la plataforma de streaming de CineAr Play. Ahora puede verse en Vivamos cultura.
El documental trata la inquietud de Vagnenkos por su pronta llegada a la cincuentena de vida. Cuando transcurren las primeras escenas en el médico y el gimnasio, se vuelve obvia la primera ironía: dorados no parecen sus años vividos. Y luego de que él acude en busca de consejo a su psicoterapeuta y a Carlos, amigo poeta, el valor del afecto profesional y sus palabras precisan contradicciones anímicas frente a aquella actitud inicial.
Y en vista de que lo verbalizado no es fianza para cumplir objetivos vitales, la confusión de Alejandro frente al discurso poético y al psicoterapéutico impulsa la obra a convertirse en un making of. Las respuestas audiovisuales a la pregunta de Carlos “qué hay en el amor” son conseguidas como si se tratara de ensayos teatrales y no como verdades definitivas. Las entrevistas a parejas con cincuenta años de relación son grabadas en el escenario de un teatro y con la cámara desde los tras bastidores.
Para tener respuestas pareciera que están enfocándose solamente en los matrimonios entrevistados. Mas Vagnenkos incluye también comidas con sus amistades, la manera de verse a sí mismo y las dinámicas casi de hastío entre él y Cruz para afianzar lo que hay de gracioso en toda disparidad.
Es ahí donde aparece el sentido inesperado. Estas puestas en escena buscan lo que hay de inmedible en las relaciones, aquello sin-cuenta y su valor agregado por invisible. Entonces vemos que para sentir lo errático de toda gestualidad amante son coherentes la improvisación, el diseño sonoro abarrotado de Francisco Seoane y hasta la descuidada corrección de color de algunas tomas.
Esos tres elementos ejemplifican que el registro es una reconstrucción azarosa del pasado, ajeno por su distancia. Desde tal reelaboración técnica es trabajado un vínculo, sea con uno mismo, con otras personas o sí, con esta película.
Cruz y Vagnenkos se suman aquí a realizadores contemporáneos y coterráneos como el Matías Szulanski de Ecosistemas de la costanera sur (2020). En obras como estas dos, la gracia y los imprevistos de llevar a cabo una idea en cine arriesgan la estética del registro al dejar a propósito los descuidos técnicos. Y mientras Szulanski aprovechaba lo ambiguo en el uso de los géneros para su “documental”, este dúo prefiere enfocarse en la insospechada emotividad de la ironía.