Alejandro Vagnenkos (“Jevel Katz y sus paisanos”) va a cumplir 50 años y lleva 30 con su pareja. Sus padres ya festejaron las Bodas de Oro. ¿Cómo hacían los matrimonios de antes para durar tanto? ¿Cómo mantener viva la famosa y veleidosa llama del amor? Sobrevuela por ahí la anécdota de Salvador María del Carril, nuestro primer ministro de Economía, y su vengativa viuda Tiburcia, a quien él no le dejaba gastar más de lo que ganaba. Surge también la lectura del maratonista Haruki Murakami, “De qué hablo cuando hablo de correr”. Y las preguntas al terapeuta y los amigos, uno de los cuales tiene hermosas reflexiones.
Otro amigo, Víctor Cruz (“¡Que vivas 100 años!”), ya pasó los 40 y se engancha en el tema. Juntos convocan a una docena de parejas de toda clase, para grabar sus testimonios ante la cámara. Ahí van desde el arquitecto y su esposa también arquitecta que ya llevan 60 (sesenta) años de casados, hasta los que se quieren con afectuosa paciencia, y los amantes veteranos con cama afuera que se hablan todos los días, y que cuentan la historia más singular de todas, confirmando aquello de “para el amor no hay edad”. Detalle singular: muchas veces, fueron las mujeres quienes declararon su amor y decidieron la unión, incluso estampando un inesperado beso en plena calle (eso, “en aquella época”, cuando según dicen eran todas pacatas). Tales confesiones se tomaron en un lugar neutro pero muy significativo, un teatro. Para el caso, el Roma de Avellaneda. Se sigue en esto el modelo del recordado maestro Eduardo Coutinho para algunos de sus últimos documentales. Pero “Dorados 50” no es exactamente un documental. Es, como dicen sus autores, una comedia documental. Y es muy simpática, y en partes también un poquito instructiva.