DUDA EXISTENCIAL
“Eso es tan típico de mí. Bloqueada ante una simple decisión”. Si bien cualquier espectador puede sentirse identificado con esta frase, lo cierto es que la protagonista del filme la lleva al extremo: duda para vestirse, para pedir comida, para reaccionar ante una emergencia y mucho más para elegir a un hombre. Una vacilación que, se supone, fue heredada de su madre y se acrecentó tras una desgracia familiar. Por tal motivo, Juliette decide por una única vez (en lo que parece la adolescencia) que confiará en el juicio del padre para el resto de la vida. ¿Acierto o error?
El nuevo filme de Éric Lavaine deambula en el límite fino entre la comedia y el cliché de manera permanente –hasta lo sobrepasa– y ya se percibe desde la escena inicial. En ella, una abeja revolotea de una flor a otra hasta meterse en una lata de gaseosa y picarle el labio a un hombre. Durante ese recorrido se aprecian fuentes, jardines, sol y hasta Versalles; una suerte de guiño a los cuentos de hadas que enseguida encuentra su conflicto. Otro de los elementos con los que juega el director son los diálogos, en los que intenta valerse de cierta ambigüedad y tono jocoso. El caso por excelencia es aquel en el que Juliette, la mujer indecisa de 40 años, sale con el escocés Paul y prueban todos los tragos de la carta. Cuando brindan él le dice “good health” (buena salud) y ella responde “Gandalf de ‘El señor de los anillos’, lo conozco”. Sin embargo, muchas oportunidades quedan opacadas por el abuso los lugares comunes.
Si bien es interesante que en Dos amores en París se incorpore la popularidad de Tinder y se lo piense desde ambas perspectivas –para encontrar pareja o sólo para tener sexo–, carece de verosimilitud por la forma de desplegarlo. El único encuentro se modifica por el azar y el resto de las ocasiones no son más que un desfile de hombres en el departamento de una de las amigas de la protagonista. No hay interacción ni sorpresa y la mención de la app termina por quedar en el olvido.
El mayor inconveniente de la película es que todos los matices a los que apuesta se desdibujan por la construcción pobre, estereotipada y predecible de los personajes. El problema de Juliette parece innovador al comienzo pero pronto cae en una repetición monótona que la torna tediosa. Con las amigas y las parejas se repite la lógica: una medio gruñona que no sabe divertirse y otra que sólo piensa en acostarse con todo el mundo; mientras que Etienne, el premiado chef, es una copia más joven del padre de la protagonista. Paul, por otro lado, está llevado al límite de la estructura. Para reforzar su lugar de origen lo visten con camisas escocesas cuando no usa traje, vive en una suerte de palacio en la campiña con un clima que anuncia tormenta a cada momento y padres rígidos –una madre inglesa de cepa sumamente desabrida y un padre que sólo asiente– sin mencionar el baile típico.
De esta forma, cada situación hilarante se reduce a prototipos exagerados que se mantienen en la misma frecuencia a lo largo del metraje. El intento de cuento de hadas imperfecto del principio no hace más que subrayar la moraleja con mayor divulgación de los relatos orales; incluso, en la contemporaneidad del desborde y de la indecisión.
Por Brenda Caletti
@117Brenn