Juliette, la indecisa.
Uno de los procesos más difíciles de ir creciendo y madurando, es la noción de que ya no podemos dejar nuestras vidas en manos de los demás. Mamá y papá ya no se van a hacer cargo de nosotros, adquirimos un grado alto de independencia, y a partir de ahí lo que hagamos depende pura y exclusivamente de nosotros. Algo así como la emancipación primordial.
Para Juliette (Alexandra Lamy) las cosas no fueron tan así, no tanto por no poder, sino por no querer. Desde chica, ante los conflictos familiares le costaba poder decidir en simples cuestiones. Ya ahora, a los 40 años, esa posición no ha cambiado demasiado. Para ella tomar una decisión puede ser algo muy problemático.
Para solucionar las cosas, prefiere vivir dejando todas las decisiones de su vida en los demás, los que la rodean. Sus amigas, su pareja, y principalmente su padre con quien trabaja en un restaurante.
Claro, esa postura le trae más de un inconveniente, y es así como en la primera escena vemos que Juliette pierde a su novio por no poder decidir ni siquiera qué hacer al poner en riesgo la vida del hombre.
Sumida en la depresión, a Juliette se le complica cada vez más seguir con su vida tomando las riendas de la misma. Una vez más, sus amigas serán quienes decidan por ella y la pondrán nuevamente en el ruedo de la conquista mediante chats de citas.
Así (confusión mediante), conoce a Paul (Jamie Bamber), un escocés que parece perfecto. Ambos se enamoran de inmediato, pero Paul tiene un inconveniente: está prometido con otra mujer.
Nuevamente frente al corazón roto, Juliette conoce a Stephen (Arnaud Ducret) un chef del que también se enamora de inmediato y es correspondida, y hasta parece querer tomar las decisiones por ella.
Todo marcha bien ahora para Juliette en pareja con Stephen, hasta que Paul regresa y le anuncia que ya no tiene compromiso y la ama. ¿Cómo puede un mujer tan indecisa decidir entre dos amores? No lo hará, comenzará relaciones paralelas con ambos, hasta que las cosas comiencen a salírsele de las manos.
Girl Power a la francesa:
El director de Entre tragos y amigos, Eric Lavaine, plantea su comedia Dos amores en París con la clara intención de un protagónico absoluto de Alexandra Lamy, la rubia lánguida a quien ya vimos en Ricky y Vincent.
Claramente todo pasa por sus asuntos, y los personajes secundarios están ahí en función de ella. Es más, en segundo orden, serán sus dos amigas Joëlle (Anne Marivin) y Sonia (Sabrina Ouazani) quienes tengan alguna historia mínima paralela.
dos amores en parís película:
Los roles masculinos no son los fuertes en Dos Amores en París. Joëlle es quien lleva los pantalones de un matrimonio en el que el hombre no trabaja y solo se encarga de adiestrar (infructuosamente) a un gato para que haga un “choque los cinco”. Sonia utiliza los chat de citas para saltar exitosamente de cama en cama sin tener ningún tipo de compromiso y remordimiento, y no es que el film mire con malos ojos esta actitud. Por el contrario, Sonia parece una de las chicas de Sex & The City.
A Juliette también se la muestra con los dos hombres, mintiéndoles, escapándose, sin ser capaz de decidir entre uno de los dos. Pero lejos está Dos amores en París de juzgarla. No, simplemente se preocupa por su incapacidad repetitiva de no poder decidir, como si esta decisión fuese una más.
Hecha en Francia, Made in Hollywood:
No hará falta ser muy avispado para darse cuenta que Dos amores en París apunta a un público femenino, y más bien cosmopolita, con una ideología y presentación bastante cercana a la comedia romántica hollywoodense, con todos sus clichés y estereotipos.
Desde una banda sonora con canciones pop en inglés puestas de modo aleatorio (¿Sabrán cuál es la letra de Everybody’s Hurt de R.E.M.?), una puesta en escena y fotografía llena de colores y poses estilizadas casi de manual decorativo. Su ritmo ágil, hasta las personalidades y actitudes de los personajes (lo que señalaba anteriormente), todo hace acordar a la comedia que proviene de la meca estadounidense del cine.
No puede dejar de reconocerse que Dos amores en París está realizada con cierto profesionalismo, que su protagonista y algunos secundarios tienen carisma, y que su hora treinta y cinco pasan volando. Así como también es cierto que posee pocas cualidades para que sea una película memorable mucho más del mismo día en que se la vio.
Su tono es tan liviano, pasatista, y lavado, que no deja demasiadas huellas, aún para los estándares de este tipo de películas.
Conclusión:
Comedia francesa pero con un marcado tono for export hollywoodense. Dos amores en París es divertida, alegre, y entretenida. Pero también tan liviana e insípida que la ubica demasiado cómoda dentro de un promedio poco destacable.