Si fuera necesaria una prueba más de que la ideología no mejora ni empeora una película, Dos armas letales podría servir como ejemplo de que la actual tendencia hollywoodense a ver con peores ojos a los compatriotas que a los extranjeros no afecta lo que verdaderamente importa de una ficción.
Claro que ese valor ejemplar está lejos de contarse entre las pretensiones de este producto de rapidísima digestión audiovisual dirigido por el islandes Baltasar Kormákur, por lo que no sería justo computarlo en la columna del debe o del haber.
Sí corresponde ingresar en ese libro de contabilidad imaginario lo que sin dudas es un cálculo: la idea de que la combinación adecuada de acción y humor, más dos actores con un currículum que aún no se ha transformado en prontuario (Denzel Washington y Mark Walhberg), pueden garantizar un resultado positivo en términos de entretenimiento puro (esa quimera que ha generado tantos éxitos como fracasos en la industria del espectáculo).
Lo cierto es que durante varios tramos de Dos armas letales, la violencia y la gracia se dan la mano y avanzan juntas, tal como la dupla de protagonistas, con el paso firme de las historias bendecidas por el talento, el azar y un guion digno.
Pero así como entre Washington y Walhberg falta ese plus de conexión que vuelve memorable a un dúo de actores (desde Jack Lemmon y Walter Matthau hasta Owen Wilson y Vincent Vaughn), también la mezcla de comedia y acción empieza a sufrir convulsiones y se queda sin aire antes del final.
Mientras aún respira con ambos pulmones, la película se sostiene en las peripecias de dos agentes encubiertos, a quienes no les queda otra opción más que aliarse para sobrevivir a las poderosos enemigos que los persiguen por un botín millonario: la Policía, la Marina, los narcotraficantes y la CIA.
Lejos de esbozar una crítica a lo Steven Soderbergh sobre la trama de intereses de estas organizaciones paraestatales y paramilitares, a Kormákur sólo le interesa la diversión adicional que este tipo de complejidades le aporta a su argumento básico de cómo se hacen amigos dos hombres acorralados.
Como nota al pie, es interesante comprobar cómo en un contexto de corrupción absoluta, el valor que se impone es el de la amistad. En ese sentido, Dos armas letales tiene una inesperada filiación con el Martín Fierro.