Una oportunidad perdida
En su momento pasó con más pena que gloria: limitar a dos grandes actores como Steve Carell y Tina Fey a una somera comedia de enredos era un pecado imperdonable. Tres años después, y si bien Una noche fuera de serie mantiene inalterable su condición de película menor, debe atribuírsele el mérito de haber descubierto la comicidad que subyacía bajo la aparente tosquedad musculosa de Mark Wahlberg, quien allí se despachaba con un experto de seguridad ostentosamente rico que hacía de una inmadurez lúdica y autoconsciente su principal característica. Más o menos igual que el protagonista de Ted, un boludón de treinta y pico apresado en una adolescencia tardía cuyo mejor amigo era un osito de peluche marihuanero. Y también que el de Dos armas letales, en la que pone su prestancia a la cabeza de una buddy movie tan eficaz como efímera, construida sobre la base del disfrute generado por un grupo de actores en estado de gracia.
No es casual que el nuevo trabajo del islandés Baltasar Kormákur (el mismo de Contrabando) esté basado en una novela gráfica. Al fin y al cabo, la génesis del film está apuntalada sobre las bases de una caricaturización manifestada a través de la exacerbación de los clichés del género. Esto se ve desde la mismísima premisa: si la traición, las falsas identidades, los secretos silenciados, la corrupción y las vueltas de tuerca son inherentes a este tipo de films, Dos armas letales tiene no uno, sino un par de protagonistas que planean en conjunto el robo a un banco sin conocer que el otro es agente secreto –Bobby (Denzel Washington), de la agencia antidrogas, y Stig (Wahlberg), de la inteligencia de la Marina– y la participación espuria de cuanta entidad norteamericana contra el delito exista (DEA, CIA y siguen las firmas), todas ellas representadas por algún cabecilla dispuesto a morder una tajada del botín. Botín que supuestamente pertenecía al líder de un cartel mexicano al que, claro está, no le cae muy simpática la metida de mano en su bolsillo, por lo que pretenderá recuperar lo suyo. Lo que vendrá después es pura fórmula: los dos del título dejando sus diferencias de lado para protegerse mutuamente y combatir la conspiración que los circunda, todo entre medio de un sinfín de malos que son buenos y viceversa.
Recargada y delirante incluso dentro de su lógica interna, Dos armas letales elige limitarse a cumplir con lo que promete en lugar de expandir los límites de las comedias de acción tradicionales. Decisión no necesariamente errada, pero que tiene gusto a poco si se tiene en cuenta la materia prima. Porque Washington y Wahlberg encuentran la relación perfecta entre ambos géneros llevándose como esos matrimonios viejos en el que uno habla por el otro, elevándose ambos hasta la categoría de grandes, enormes actores. Porque los secundarios están de maravillas, con Bill Paxton en la piel de un agente de la CIA con sombrero de cowboy capaz de agujerearle la mano con tachuelas a un empleado bancario con tal de que confiese una supuesta complicidad, y Edward James Olmos jugando a ser la epítome del narco mexicano, dividiendo su tiempo entre la devoción familiar y el negocio. Pero no, Kormákur termina despachándose con una película apenas aceptable y pasatista, de esas que se olvidan cuando culminan los créditos. Es una lástima que no haya querido ir por más.