43 millones de razones para matar.
“Nunca robes un banco que esté al otro lado de la calle de una cafetería con las mejores donas en tres condados”, le dice Trench (Denzel Washington) a su cómplice Stigman (Mark Wahlberg), antes de encender en llamas el lugar donde pidieron su desayuno. Esa línea, así como la discusión de pareja entre los dos criminales que la precede, marca el terreno (en deuda a las novelas pulp de Elmore Leonard y las buddy movies escritas por Shane Black) en el que se maneja Dos Armas Letales (2 Guns, 2013), del islandés Baltasar Kormákur.
Para meterse en la historia, el film sigue su momento piromaniaco con una retroceso temporal que presenta el conflicto de sus dos protagonistas, quienes viajan a México para lidiar con el temido capo de la droga Papi Greco (Edward James Olmos). Tras un encuentro que cuenta con un toro semental, varias gallinas baleadas y una cabeza decapitada, los delincuentes deciden vaciar los ahorros de su jefe. Sin embargo, ninguno de los dos sabe la verdadera identidad del otro: Trench es un agente infiltrado de la DEA, mientras que Stigman trabaja como Oficial de Inteligencia Naval. La naturaleza de sus misiones secretas chocará cuando descubran que el lugar que hurtaron tiene la sorpresiva suma de 43 millones de dólares, cantidad que los pondrá en la mira del amenazador narcotraficante, un corrupto oficial de la CIA (Bill Paxton) y enemigos más cercanos a sus vidas.
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Basada en la novela gráfica escrita por Steven Grant en 2007, la película se maniobra por el terreno de la acción y la incorrección política de los films de parejas policiales que abundaban por los años ochenta y noventa, donde los chistes y los insultos volaban a la misma altura que las balas. Mediante una visión limpia, clara y por la mayor parte libre de la grandiosidad actual del cine de tiros y explosiones, Kormákur pasa la prueba en su segunda producción comercial hollywoodense. Por supuesto, la mayoría de la apuesta se basa en la química de su dúo principal, y por fortuna esta producción tiene una unión que funciona perfectamente.
Por un lado, está Washington, quien juega al alternar entre su falso estereotipo de gangsta (ese del diálogo roto, los dientes de oro y las conexiones eternas) y su clásica personalidad calculadora y segura. Mientras tanto, Wahlberg (quien ya trabajó con Kormákur en el olvidable thriller Contrabando) lo complementa con una versión más ilusa de su usual personaje confiado y canchero. Juntos, ellos forman una de esas verdaderas parejas del género, aquellas que no pueden vivir ni juntas ni separadas.dos-armas-letales-3-locoxelcine
Claro que, igualmente, ambos están apoyados por un elenco secundario que tiene su parte en la diversión, incluyendo a un desaforado Paxton como un sádico villano texano fanático de interrogar mediante la ruleta rusa, y a Olmos como un líder criminal que se baña en la imagen negativa del vecino del sur de Estados Unidos, incluso en un punto orinando sus propias manos por costumbre familiar.
De todas formas, todo esto no quiere decir que el film no tenga sus problemas. Como entra con tantas ganas en un subgénero ya conocido, la mayoría del film es bastante predecible y no salta, y, en su intento por sorprender, la cantidad de revelaciones, vueltas de tuerca y traiciones dramáticas del tercer acto pasa de normal a molestamente innecesaria. Pero cuando Washington y Wahlberg iluminan la pantalla, uno puede estar cómodo en la butaca, dejar pasar los balazos y las burlas, y simplemente disfrutar del show. Como divertimento, Dos Armas Letales aprueba tranquila.
@JoniSantucho