Marion Cotillard vuelve a brillar con los Dardenne
Más allá de que en sus dos últimos films trabajaron con estrellas para mejorar los resultados comerciales (en El chico de la bicicleta fue Cécile de France y para este proyecto la elegida resultó Marion Cotillard) poco ha cambiado -en el mejor sentido del concepto- desde que en 1996 La promesa los lanzó al reconocimiento internacional hasta hoy. El cine humanista, íntegro, noble y demoledor de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne se mantiene fiel e imperturbable a los cambios de paradigmas. Pasan los años, las películas, y estos dos viejos maestros se sostienen a fuerza de talento, rigor y coherencia. Y, lo que es tan o más importante, sin perder contacto con la realidad, sintonizando siempre con los conflictos esenciales de la actualidad.
En Dos días, una noche los Dardenne se meten otra vez con la problemática laboral. En el ámbito de una fábrica de paneles solares en crisis por la creciente competencia china, el jefe ha decidido que sean los propios trabajadores quienes voten qué hacer: despedir a uno de los 17 trabajadores o resignar un bono anual de mil euros que todos esperan con ansias para resolver problemas pendientes. En una primera instancia, la mayoría decide quedarse con la plata y es Sandra (Cotillard, nominada al Oscar y consagrada mejor actriz en los European Film Awards por este trabajo), una mujer que desde hace bastante tiempo atraviesa por una profunda crisis depresiva, quien perderá su puesto. Pero un par de compañeros asegura que el capataz ha presionado a los operarios y, así, el dueño acepta realizar una segunda votación el lunes siguiente. Ella, con el apoyo de su marido, deberá sobreponerse a su baja autoestima, a su dependencia de las pastillas y a su tendencia a abandonar todo a mitad de camino para visitar uno por uno a sus compañeros y convencerlos de que no la dejen en la calle.
No importa tanto la resolución final, ya que lo que los Dardenne (dos veces ganadores de la Palma de Oro en 1999 con Rosetta y en 2005 con El niño) exponen es cómo la crisis del empleo va no sólo marcando la situación económica sino minando la integridad moral, física y hasta sexual de los trabajadores. Al plantear semejante dilema moral, los directores de El silencio de Lorna y El hijo exponen los riesgos y contradicciones que atraviesan hoy aquellos que dependen de un salario y necesitan mantenerlo como sea.
La película va de lo social a lo íntimo, sin juzgar a nadie, sin dividir el mundo entre villanos y héroes, dándole voz a todas las posturas (incluso a las de quienes se niegan a ayudar a la víctima), ofreciendo los múltiples puntos de vista para comprender la situación en toda su dimensión y complejidad. Un cine inteligente. Un cine de resistencia.