El fantasma de la libertad
Un fantasma acecha al cine de autor: la repetición. Y esta vez les tocó a los hermanos belgas. En alguna oportunidad, Bergman escribió un curioso y divertido texto firmado con seudónimo donde asumía la voz de un crítico señalando un estado de agotamiento creativo en la obra del legendario director. Tal ejercicio, más allá del carácter lúdico y paródico, era una forma de autoconciencia sobre la propia obra, siempre atravesada por una serie de obsesiones y constantes que conducirían inevitablemente a un callejón sin salida: la reiteración del método. De hecho, Bergman dejaría de filmar por un largo tiempo luego de Fanny y Alexander (1982), para regresar renovado con En presencia de un payaso (1997) y despedirse con Saraband (2003). En relación a lo anterior, tal vez sea Godard el mayor cineasta de la historia. Sin resignar jamás su condición autoral ha sabido reinventarse y pensar este lenguaje con sus permanentes mutaciones.
Los hermanos Dardenne han construido un bloque sólido de preocupaciones sociales y estéticas. Dos días, una noche es una película correcta. Se congregan en ella el humanismo característico de sus criaturas, la exposición de los problemas laborales, un registro realista y los dilemas morales que afectan a las personas en situaciones de presión económica. Sin embargo, algo falta. Posiblemente sea esa energía que transmitían los protagonistas de El niño, El hijo o El chico de la bicicleta. La actuación de Marion Cotillard (joven estrella) es convincente y creíble. Conserva esas pocas marcas distintivas y objetos que los directores suelen utilizar para los protagonistas. En este caso, una musculosa salmón, una cartera (ahí están las pastillas), la ausencia de maquillaje y el caminar nervioso, siempre acompañado por una cámara que privilegia encuadres tensos. De todos modos, algunas decisiones con respecto a cómo se encara la historia, la apartan de la naturalidad interpretativa. Sandra da batalla para conservar el trabajo. Su depresión le ha causado inconvenientes y la empresa ha resuelto que si despiden a un obrero podrán bonificar a los demás. Esta decisión siniestra implica arrojar la piedra a los empleados: hay una votación donde deben elegir al respecto y ya ha sido enturbiada por el personal jerárquico. Esto moviliza a la protagonista a que se revea el escrutinio, sin presiones. Para ello, necesita sumar la mayoría de los sufragios. A partir de este momento, las horas están contadas y Sandra comenzará una especie de carrera contra reloj tratando de convencer a cada uno de sus compañeros para que renuncien al bono y posibiliten su reincorporación. Si bien los Dardenne despliegan en este sufrido periplo su acostumbrada moderación para trabajar las diversas reacciones y las justificaciones de los obreros sin bajar juicios de valor, sorprende el convencionalismo narrativo que lo emparienta con varios films taquilleros, focalizados en explotar un conflicto central excluyente. A la fuerza descriptiva de los ambientes (como en Rosetta, por citar un caso) y a la tensión individual como consecuencia de lo colectivo, le gana terreno la expectativa por un final, como si la principal atención estuviera puesta en eso. Esta diferencia con respecto al resto de la filmografía marca una orientación distinta que, lejos de enriquecer una cierta idea de método autoral si se quiere, coloca a la película en un lugar común con films más comerciales.
Ahora, ¿es un problema lo expresado más arriba? Más bien es una observación. Y ello no impide reconocer que, pese a algún reparo, Dos días, una noche tenga sus momentos, aquellos donde asoma la voluntad de solidaridad, de acompañar al otro en una mirada, en un abrazo, en tender una mano aún resignando los propios intereses. Allí estará la figura del marido para bancar la parada y una compañera que se la juega a pesar de abdicar a la pareja. No es algo que necesariamente prevalezca en un mundo de circulación desaforada de capitales y esto los Dardenne lo expresan de manera sutil. No necesitan discursos de barricada ni escenifican revueltas colectivas porque eso no representa una predilección en sus films. De hecho, en la película, la discusión colectiva en la empresa funciona fuera de campo y el acento está puesto en las reacciones individuales, en los gestos de unos y otros, que tienen sus razones para tomar una decisión. Y cuando el fantasma de la repetición cobra una dimensión considerable, los directores vuelven a sacar una carta de la manga capaz de redimir los puntos débiles con una secuencia final notable donde el humanismo y la convicción son los pilares de una ética que no se negocia.