Como hiciera Lisandro Alonso con Jauja, esta vez los Dardenne optaron por incluir a una superestrella en su reparto. Se trata de la próxima Lady Macbeth, Marion Cotillard, cuyo papel le valió una nominación al Oscar el pasado febrero. Considerado por muchos como un film menor dentro de su filmografía, debido a algún que otro exceso resuelto a las apuradas, Dos días, una noche no es un film a menospreciar. Cuenta la historia de Sandra, una obrera belga de la pequeña industria que padece uno de los males de nuestra época: la depresión. Luego de una crisis, Sandra se ausenta durante un tiempo y la empresa aprovecha para aumentarle el sueldo al resto de los trabajadores. La responsabilidad no es del empleador sino de los empleados ya que esto ha sido resuelto mediante votación. Sandra quiere recuperar su puesto pero la empresa advierte: si sus compañeros aceptan que ella retorne, el bono de mil euros les será descontado. Se trata, entonces, de la ética. Una vez más en la filmografía de los hermanos, lo político se ubica en el centro: las relaciones económicas impulsan la competencia entre los semejantes (“No voto en contra tuyo, sólo voto por mi bono”, dirán algunos… sin embargo, no es lo uno sin lo otro). Sandra tiene dos días y una noche para ir casa por casa a convencer a sus dieciséis compañeros de que se pronuncien a su favor.
Los necesarios Dardenne cuidan a sus personajes, no los juzgan en ningún momento. El registro semidocumental de sus películas los tornan palpables, hay una continuidad entre nuestro mundo y el de ellos. De ahí que dé gusto volver ver a Morgan Marinne, el adolescente de la que quizás sea la mejor película de los hermanos: El hijo. Su presencia en esta película remite a esa otra. Sabemos que se trata de otro personaje, pues tiene otro nombre, pero lo que se ve en Dos días, una noche bien podría haber sido el destino de ese niño “rehabilitado” por el sistema allá por el 2002.
En el recorrido de Sandra se revela una Europa multirracial en la que los trabajadores deben recurrir a otros trabajos (legales o clandestinos) para sostenerse. Sus reacciones ante la decisión son variopintas: algunos están cansados, otros carcomidos por la culpa, unos se muestran arrepentidos, otros indiferentes, abrumados por mandatos familiares o violentados por la situación. Y el capataz, interpretado por Olivier Gourmet, actor fetiche de los Dardenne, aparece como la cara visible del mal pero no deja de ser otra ficha que cede ante las directivas de los poderosos.
Lo de Marion Cotillard es notable y si bien los Dardenne ya no entregan películas tan perfectas como Rosetta o El niño, la lucha sigue siendo la brújula que guía a sus personajes. Ella nos renueva y nos redefine. Bienvenido sea este estreno, entonces.//?z