Arriba ese ánimo
Sandra, despedida de la fábrica, debe lograr que sus compañeros dejen de cobrar un plus para que la reincorporen.
“La crisis y la competencia asiática me obligan a tomar decisiones”, dice el jefe. El señor Dumont les dio a los 16 trabajadores la opción de elegir entre reincorporar a la fábrica a la despedida Sandra, o recibir un bonus en efectivo. Y la mayoría, catorce, ya eligió el dinero. Sandra consigue el viernes que haya una nueva votación, esta vez secreta, el lunes.
Jean-Pierre y Luc Dardenne van a seguir a Sandra, y a su marido, Manu, el que más la presiona para que hable con sus compañeros (“¿Cómo pagaremos la casa sin tu sueldo?” es sólo uno de sus argumentos). Sandra, que viene de recuperarse de una crisis emocional, teme sentirse una mendiga. Pero allí va, empujada por la situación, y por Manu, y una compañera, a poner el cuerpo, a hablar con sus colegas, convencer uno a uno, yendo a visitarlos a sus hogares.
“Estoy jodida otra vez”, reconoce Sandra, pelo recogido en colita, ojerosa y sin pintura.
Los directores ponen en juego, en el centro, la solidaridad. “¿No te da vergüenza venir a robarnos?”, le responde a Sandra un compañero. Así, la protagonista se debate entre una nueva depresión (¿ cómo la van a tratar los que pierdan el bonus, no por propia decisión, sino porque perdieron en la nueva votación?) y la esperanza.
También como en muchos de sus filmes, lo que está detrás es una fábula sobre la fuerza, la entereza de un individuo vulnerable que debe luchar contra lo que lo rodea. Y los Dardenne, como siempre, no cuestionan a la protagonista. Simplemente la filman. La acompañan con su cámara.
Cámara casi siempre en mano, salvo algunas tomas fijas en el interior del auto, y muchos exteriores, lo que le da espontaneidad al relato, que no tiene absolutamente nada de improvisación, todo ello redunda en un trabajo magnífico de un lado y del otro de la cámara.
Porque si el cine social es el que siembran y cosechan los directores de Rosetta (con la que más parecidos tiene Dos días, una noche), El niño y El chico de la bicicleta, si no se logra empatía con el espectador ese aspecto cuasi documental en su manera de filmar y narrar quedaría entonces como un relato ajeno.
Marion Cotillard seguramente no se lavó el cabello durante varias jornadas. Afeada, con la misma ropa esos dos días y más de los que habla el título, compone a Sandra desde la forma en que camina cuando va a hablar con sus colegas y cuando se retira. No es sólo la expresión de su rostro. Ni sus lloriqueos. Y es por eso que, en el final, y no adelantamos nada, Sandra puede decir que se siente feliz.
El tema no es sólo ser solidario, es pelear y poner en juego y adelante de todo los derechos, lo primordial, los ideales.
Pero no todo tiene que ver con la pérdida o no de la fuente laboral. La película también trata sobre la felicidad de Sandra. Sus desequilibrios -mentales y anímicos- la llevan de pasar de una depresión a un estado de optimismo medido. Es la manera que tienen los Dardenne de subrayar que, llamémosle los principios, el alma, la integridad de una persona nace de adentro hacia afuera.
Como cantaba Charly García, te pueden corromper, te puedes olvidar, pero ella (la libertad) siempre está.