Capital humano
Sandra -Marion Cotillard- sufre de depresión. Después de una licencia laboral por su enfermedad se prepara para volver al trabajo, pero sus empleadores de la fábrica de paneles solares le informan que va a ser despedida. En su ausencia sus compañeros trabajaron horas extras y el gerente decidió que prescindir de sus servicios es ahorrar un gasto innecesario. Sandra, que como todo asalariado debe vender su fuerza de trabajo para vivir, necesita recuperar su trabajo y para eso depende de una votación -democrática en lo formal- de sus 16 compañeros, a los que la empresa les dará un bono extra como premio sólo si sigue vigente el recorte que le cuesta el puesto a la protagonista.
El relato de Jean-Pierre y Luc Dardenne se inicia justo en este punto y la cámara persigue a Sandra mientras emprende camino hacia la casa de cada uno de sus compañeros de trabajo, con la intención de convencerlos de que voten a su favor, que no es ni más ni menos que pedirles que renuncien al premio de mil euros.
Todos interpretan distinto sobre lo que significa votar a favor de Sandra. También todos saben que no votar a favor es votar en su contra, aunque casi ninguno de los personajes lo ponga en estos términos -"No voto en tu contra, sólo voto por mi bono", dice uno-. Dos días, una noche utiliza esta trampa de la lengua para dejarla en evidencia. Entonces pone no sólo a los personajes en un lugar incómodo, de interpelación ética -hasta dónde mis acciones tienen consecuencias en el otro-, también el espectador queda atrapado en este juego y debe tomar partido.
En su última película, como en todas las demás, los Dardenne ponen lo político en el centro, revelan las relaciones económicas y de poder que esconden los vínculos, visibilizan la perversidad de un sistema que aquí coloca a los semejantes en una relación violenta de competencia, que nada tiene que ver con las voluntades de todos ellos, sino que aparece sujeta a intereses ajenos y al mandato de la maximización de los beneficios -"Ellos quieren pegarme y yo también", le explica Sandra a Manu, su pareja, quien la escolta firme durante el conflicto-.
El análisis es marxista, la película así lo propone. Marshall Berman, en su lectura crítica sobre el pensamiento de Marx, dice que éste trabaja dentro de una tradición -la moderna-, en la que se hace presente un nuevo simbolismo: la desnudez del hombre "desguarnecido". "Marx piensa dentro de la tradición trágica. Para él las ropas son quitadas, los velos desagarrados, el proceso de despojamiento es violento y brutal, y sin embargo, de algún modo, el movimiento trágico de la historia moderna tiene una supuesta culminación en un final feliz", reflexiona Berman. Para pensar este imaginario lo ejemplifica a través de la figura literaria del rey Lear, quien mientras vaga sin rumbo, despojado de sus vestiduras reales, en la más absoluta miseria, reconoce, por primera vez, su relación con otro ser humano -Edgar, su bufón y fiel servidor-. Esta condición, explica Berman, resulta ser su primer paso hacia una plena humanidad. Pero la catástrofe que lo redime como ser humano es la misma que lo destruye políticamente, ya que sólo en este preciso momento Lear está capacitado para ser lo que es, un rey. Y amplía: "Shakespeare nos dice que la terrible realidad desnuda del hombre desguarnecido es el punto a partir del cual debe realizarse la guarnición, el único terreno sobre el que puede crecer una comunidad real".
Sandra, la depresiva que asume que perder su trabajo es equiparable a perder la vida -"No existo, no soy nada", admite-, descubre en el trayecto una realidad antes oculta y que tal vez la obligue a salirse del lugar preasignado.