Dos disparos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Cuando importa más es el viaje que el destino

Si en una clase de guión se analizara el de Dos disparos con el manual clásico, el profesor bien podría decir que está todo mal. Arranca por lo que bien podría ser el final de un film sobre un adolescente (un intento de suicidio sin "jusfiticación"), cambia constantemente de punto de vista (y hasta de protagonismo), no cierra las diversas subtramas que abre, no remata las situaciones graciosas. En definitiva, no "explica", no busca la empatía ni ofrece gratificaciones directas al espectador.

Pero todas esas decisiones, que no pasarían ni la primera revisión de un estudio en Hollywood o en cualquier productora dedicada al cine convencional/comercial, son las que hacen de la filmografía de Rejtman en general y de Dos disparos en particular una obra de autor, una historia con vuelo, tono y climas propios. Como bien sostuvo en la entrevista con OtrosCines.com, su nuevo film apunta a la dispersión, a la acumulación, a la deriva, va "contra la comedia", pero el absurdo y agridulce humor rejtmaniano "resiste" y aparece donde y cuando menos se lo espera. Nadie (nunca) está preparado para la siguiente escena del director, porque siempre hay un recurso inesperado listo para provocar, incomodar o seducir.

Decir que este film es sobre la historia de Mariano, un muchacho de 16 años que encuentra un arma en el depósito de un quincho y, como impulso ante una insoportable ola de calor, se pega dos balazos (uno que le roza la cabeza y otro que se le queda incrustado en el estómago) sería minimizar los alcances de una apuesta decididamente coral, que se abre cual abanico y nos obliga a encontrar cada pieza como quien arma un enorme rompecabezas.

Porque lo de Mariano es apenas el punto de partida (el disparador, chiste fácil) de una película que luego contará las desventuras afectivas de su hermano algo mayor, Ezequiel; los miedos de su madre (Susana Pampín), que esconde no sólo el arma sino también todo elemento cortante que pudiera "tentar" al "suicida"; la de Lucía (la chilena Manuela Martelli); la de los otros integrantes de un conjunto de flauta dulce que interpreta música barroca; y la de unos patéticos y en el fondo queribles personajes que terminan reuniéndose en balnearios grises como Lucila del Mar o Aguas Claras. Y así podría seguir la descripción. Las historias, por momentos, se recuperan, los personajes reaparecen, pero el director de Rapado, Silvia Prieto y Los guantes mágicos apuesta al esquema muñecas rusas porque siempre hay alguna nueva subtrama (más pequeña o más grande) por incorporar.

Con un impecable equipo integrado por Lucio Bonelli (fotografía), Diego Vainer (música), Martín Mainoli (edición) y Mariela Rípodas (arte), y el apoyo de una producción que le permitió trabajar en múltiples locaciones (aprovechadas al máximo con planos generales casi siempre fijos, aunque pletóricos de movimiento y de encanto interno), Rejtman logra una película a la vez hipercalculada y deforme, sí, pero también de una extraña belleza y lirismo. Las atribuladas criaturas de su cine, el malestar que cada una de ellas arrastra, no alcanzan a enturbiar un relato lleno de recovecos, desprendimientos y sorpresas. Elige tu propia aventura.