Martín Rejtman formó parte de ese movimiento que se dio a conocer a principios del nuevo Siglo como Nuevo Cine Argentino, cine naturalista, en el que la sociedad, y sobre todo el sector joven podía verse reflejado en la abulia que mostraban sus personajes sin rumbo.
Dentro de ese ambiente, Rejtman se caracterizó por aportarle algo de bríos con un humor fresco y casi paródico que lo alejaba de cierta pesadumbre de otros colegas suyos. Silvia Prieto y Los Guantes mágicos eran obras diferentes, armónicas, íntegras y simpáticas, con una mirada realista pero a la vez simpática, colorida, esperanzadora.
Dos Disparos, su cuarto largometraje, quizás más emparentado a su ópera prima Rapado, es un cambio de registro en este aspecto. Sí, muchos de sus guiños están presentes, cierta mirada sórdida y la construcción de diálogos como monólogos dichos sin respirar. Lo que cambió es la construcción argumental.
El film abre con Mariano (Rafael Federman) un adolescente, de clase media acomodada aunque no ostentosa, que, en el amanecer de una madrugada, luego de una noche de extenso boliche, llega a su casa, se mete en la pileta, sale, encuentra un revolver en un galpón y sin más gatilla dos veces, un bala que roza en su cabeza, y la otra directa a su estómago… pero sobrevive sin lesiones graves.
Así, la historia se instala en como su familia, compuesta por su madre Susana (Susana Pampin, repitiendo un personaje similar al visto en la miniserie Bien de familia) y su hermano Ezequiel (Benjamín Coelho), reconstituyen su vida en base a ese hecho que pasó, y por supuesto, también cómo se reinventa Mariano luego de lo sucedido.
Lo que en manos de otro director hubiese sido un hondo drama sobre la crisis familiar y el averiguar el por qué se llegó a esa decisión repentina; en realidad, para Rejtman, servirá sólo como un puntapié para otras historias que se abren y van variando el eje.
En ese abanico de relatos, quizás, este su mayor inconveniente. Dos Disparos pareciera un film sin un rumbo fijo, no sería acertado decir que el argumento es sobre Mariano, su familia y los disparos, porque rápidamente aparecerán otros personajes que tomarán un momentáneo protagonismo, hasta saltar a otro personaje, y así; llevando al espectador a una suerte no de confusión sino de agobio, de rutina.
La película maneja silencios, y algunos monólogos en boca de sus personajes sobre temas variados y de relativa efectividad.
Rejtman siempre supo posar bien la cámara y logra tomas que dicen mucho más que los personajes; a lo cual le suma una música disruptiva.
Las apariciones de Fabián Arenillas y Walter Jakob sobresalen dándole un matiz diferente a sus personajes, convirtiéndose en lo mejor de la película.
Dos Disparos es un film fallido en sus objetivos, quizás en querer contar mucho dentro de un solo “envase”. La sensación es la de un film que no avanza, que se corre a los laterales y abandona lo que estábamos siguiendo sin darle una resolución.
No hay dudas que Martín Rejtman es un cineasta consagrado que tiene para entregar mucho más de lo muestra en este film. Como dice el dicho, un tropezón, no es caída.