El filme muestra tensión entre la forma y el modo, y todo queda librada a interpretaciones.
Hace calor. Mucho. Mariano nada en la pileta de su casa. Corta el pasto. Va al cuartito de las herramientas y encuentra un revólver. Se pega dos tiros. Sobrevive. Así arranca Dos disparos, la nueva película del escritor y cineasta Martín Rejtman (Silvia Prieto, Los guantes mágicos). Dicen que es una comedia, una comedia dramática al fin, pero esa escena inicial condicionará todo el resto de la trama, una trama inusual, difícil de definir. O sea que sólo usted, espectador, podrá ponerle el género a esta película. Y Rejtman le pedirá todavía más.
Porque así como sobrevive Mariano, también se mantiene viva esa imagen incierta de un chico jalando del gatillo, inexpresivo, casi con naturalidad pegándose dos tiros. Naturalmente asistimos a las repercusiones del caso en la familia de Mariano (Rafael Federman), quien pronto se mudará a vivir con su hermano invitado por su madre. No es una historia con desarrollo, nudo y desenlace. No veremos una trama que nos haga olvidar el impacto inicial. ¿O sí?
Dos disparos se parece mucho a un juego de tensión entre los hechos y la forma de contarlos, entre los diálogos y el lugar de los hablantes. Si no fuera porque su director lo negaría, tal vez podríamos hablar de un manifiesto contra la sobreactuación y contra las historias cerradas. Aquí no cierra nada. Todo lo contrario.
En la película conviven varias subtramas y sobre todo un tono, marcado por el ritmo y la cadencia narrativa que siempre están puestos por encima de los hechos, aunque no se note. Pasan las cosas que pasan. Mariano y su cuarteto de flautas, el hermano que flirtea con una chica que está de novia pero que lleva años rompiendo con su pareja, su madre que sale de vacaciones con dos desconocidas.
Allí sí nacen las situaciones de comedia, un humor ácido representado en actuaciones y diálogos que no se asumen graciosos. Ya lo dijimos, naturales. Una estructura exquisita de desvíos y situaciones que se van por las ramas cosidas por el tono del relato, de los relatos. Ocurren hechos concretos, pero su significado, su mensaje, queda abierto a la interpretación del espectador. Situaciones que se suceden, que toman la posta, como en toda familia. Podemos buscar símbolos, mensajes o frescos de una realidad social. Pero Rejtman no baja línea, no intenta marcar la cancha, sino todo lo contrario, la deja libre. Y ese es su desafío, nuestro desafío.