Te amo, te odio, dame más
Así como Pablo Trapero filmó con Ricardo Darín; Adrián Caetano lo hizo con Pablo Echarri, Lucrecia Martel optó alguna vez por Mercedes Morán y varios otros (Rodrigo Moreno, Santiago Loza, Ariel Rotter, el propio Caetano) eligieron a Julio Chávez, Daniel Burman cerró (al menos por ahora) su etapa "juvenil" con Daniel Hendler (Esperando al Mesías, El abrazo partido, Derecho de familia) para trabajar con actores más experimentados (Oscar Martínez y Cecilia Roth en El nido vacío; Antonio Gasalla y Graciela Borges ahora) y en propuestas con aspiraciones más masivas.
Algunos podrán ver en esta tendencia de Burman y de varios de sus colegas generacionales de lo que alguna vez fue el Nuevo Cine Argentino un síntoma preocupante (los renovadores del ayer serían algo así como el establishment de hoy), pero yo lo veo como una evolución lógica, natural y hasta positiva. Es probable que todos esos y otros jóvenes (hoy ya no tan jóvenes) directores hayan hecho sus películas más arriesgadas en sus inicios(de todas maneras, las filmografías no son lineales y suelen deparar muchas sorpresas) y en la actualidad ya estén inmersos dentro de una producción más convencional, popular o como quiera denominársela.
Pero, (me) pregunto: ¿No es mejor que los Burman, los Caetano o los Trapero, con su talento narrativo, con su inteligencia artística y con su sólido background técnico, sean quienes lideren hoy el cine industrial (perdón si el término molesta) en lugar de tantos veteranos realizadores que hacían un cine torpe, obvio, remanido y muchas veces hasta poco atractivo desde lo formal? ¿Por qué no buscamos que sean otros, los nuevos realizadores de hoy, quienes los releven en la experimantación? ¿Por qué pedir que Trapero siga haciendo un Mundo grúa, que Caetano continúe en la senda de Bolivia o que Burman vuelva a filmar con Hendler?
Vamos al caso concreto de Burman y Dos hermanos. Me gustó mucho la trilogía que el director hizo con Hendler como alter-ego, más incluso que El nido vacío o que este nuevo film, pero celebro que sea Burman quien haya logado llevar a buen puerto una historia como ésta, que quizás esté en las antípodas del cine que más me interesa, pero que así y todo me resultó disfrutable. Creo que hay mucho mérito en el trabajo suyo como director. En otras manos (diría que en la inmensa mayoría de las manos) hubiese sido un proyecto con destino casi inevitable de fracaso.
Hace no mucho tiempo se estrenó Esperando la carroza 2, una vergonzosa secuela de un clásico de ese cine costumbrista/grotesco que marcó a buena parte del cine de los '80. No creo que esta transposición de la novela Villa Laura, del escritor argentino (y periodista deportivo, y hermano del socio de Burman en la productora BD Cine) Sergio Dubcovsky pudiese haber caída tan bajo con ningún director detrás de cámara, pero la siempre hábil mano de Burman, su sólido criterio narrativo y su proverbial capacidad para la dirección de actores hacen que Dos hermanos no se salga prácticamente nunca (hay algún que otro pasaje forzado o unas pocas líneas de diálogo que resuenan ampulosas) de cauce.
Susana (Graciela Borges) y Marcos (Antonio Gasalla) son hermanos, pero no se llevan nada bien. Ella lo manipula (por momentos lo maltrata) y él, con cierta resignación y docilidad, se deja mandonear. Ambos han tenido tiempos mejores (la decadencia no es tremenda, pero sí ostensible), Ella -avasallante hasta lo molesto- sobrevive con poco claras operaciones inmobiliarias; él -reprimido hasta lo patológico- se desvive por su madre (Elena Lucena) y tiene algún hobby como la orfebrería. No hay muchos elementos que los unen: uno de ellos, la admiración mutua, casi obsesiva, por Mirtha Legrand.
Cuando la madre de ambos muere, Susana -una dama con demasiadas ínfulas, que coquetea con el alcoholismo y tiene no pocas deudas- decide vender la casa familiar y "empuja" a su hermano para que se traslade a un pueblito uruguayo denominado Villa Laura. Allí, en una vetusta pero atractiva casona junto al río, Marcos retomará su pasión por las artesanías en plata y se irá interesando por el teatro (y, más puntualmente, por su profesor, interpretado por Osmar Núñez). Con un reproche siempre listo en la punta de la lengua, Susana no estará contenta ni dispuesta a aceptar la nueva realidad de su hermano.
Burman -que por primera vez en su carrera se arriesga con un material ajeno- se mete en temas complejos como la decadencia y la vejez, la soledad y la incomunicación, a partir de una relación entre hermanos al borde de lo enfermizo y lo sádico. Lo hace sin descuidar el humor (por momentos bastante negro) ni el buen gusto. El mérito reside aquí no sólo en lograr la empatía del espectador sino muy especialmente en haber sorteado los no pocos peligros que este material presentaba: entre ellos, caer en el estereotipo, en el maniqueismo y, por qué no, incluso en el ridículo.
Estuve buena parte de la película esperande ver dónde y cómo trastabillaban Burman y sus dos omnipresentes intérpretes. El material no me resultaba fácil ni tranquilizador (admito que hasta me incomodaba un poco), pero reconozco que el resultado final es más que satisfactorio y la película ha crecido (sigue creciendo) en mi cabeza ya a 10 días de haberla visto. Celebro entonces -como sostuve más arriba- que Burman haya tomado el camino que más le plazca (aunque no sea el que yo hubiese deseado como espectador) y siga haciendo buen cine para los más diversos espectadores.