El cine retrovisor
Los protagonismos de Antonio Gasalla –ausente de la pantalla grande desde Almejas y Mejillones (2000)- y Graciela Borges enmarcan a Dos hermanos (2010) como la obra con más aspiraciones comerciales que Daniel Burman pergeño en su interesante y variopinta filmografía. Basada en la novela Villa Laura, de su socio comercial en BD Cine, Sergio Dubcovsky, esta nueva faceta del director deja de lado los mejores rasgos que caracterizaban su cine.
La trama gira en torno a la oscilante relación que mantienen los hermanos del título (Antonio Gasalla y Graciela Borges). Solteros y solitarios, entre la sumisión de él y las ínfulas palaciegas y aristocráticas de ella, el vínculo debe reconstruirse luego de la muerte de la madre (Elena Lucena).
Las películas de Daniel Burman se caracterizaban por anclar la mirada hacia el futuro desde el presente geográfico (el barrio de Once) y temporal donde transcurría la existencia de ese alterego cinematográfico del director que interpretaba el actor uruguayo Daniel Hendler. Sólo en El abrazo partido (2003) se giraba la cabeza hacia atrás para zurcir las heridas paternas y de esta forma cimentar un futuro que hasta entonces lucía oscuro e incierto, búsqueda de la vocación inclusive. Ya con algo más de certidumbre, el tratamiento del personaje de Hendler en Derecho de Familia (2005) se corría hacia el temor por lo que vendrá, la consolidación laboral, la conformación de un familia y el legado físico y espiritual que perdure más allá del tiempo. Era un cine de especulaciones, de enfrentamientos entre presente y futuro.
En El nido vacío (2008), el enfoque se desplazaba cuando el matrimonio de Leonardo (Oscar Martínez) y Marta (Cecilia Roth) se percata de que ese futuro que Hendler temía no sólo ya había llegado sino que, lento pero sin pausa, empezaba a formar parte del tiempo pretérito. La película planteaba una dicotomía entre las dos formas posibles reacciones frente a eso. Mientras Marta reinvertía el tiempo que dedicaba a sus hijos en ella misma, en el estudio y el cuidado físico; Leonardo no acepta la circunstancia temporal de la nueva condición de padre solitario. Como hombre aferrado a las formas y animal de costumbre, el apego a ese pasado idílico comienza a perseguirlo. Ella mantiene la vista hacia adelante; él, en cambio, avanza de cuerpo, pero no de espíritu.
Y así llegamos a Dos hermanos, punto cúlmine de ese giro de 180º que inició en El nido vacío. Si allí se vislumbraba algún vestigio de apego a lo actual e inmediato, aquí se esfuma totalmente con este par de personajes demasiado anclados en el ayer, a los que poco parece importarles el porvenir, tendencia llevada al paroxismo con el fanatismo casi religioso por Mirtha Legrand y sus legendarios almuerzos. Es curioso ver cómo los diálogos de Marcos son siempre en pasado, son crónicas de tiempo obsoleto, irrepetible salvo en los enormes álbumes de fotos que amontona en el placard.
Pero esta reversión del enfoque no es lo único que Burman trocó respecto a su filmografía ulterior. Ya sin el actor uruguayo, los roles protagónicos recaen, como en El nido vacío, en dos artistas con un enorme arraigo en el público mayoritario. Esa masividad que portan Antonio Gasalla y Graciela Borges se transforma en un arma de doble filo cuando los mohines, los gestos y los tonos de su persona amenazan con inmiscuirse en la construcción del personaje.
Dos hermanos es quizá el final de una etapa cinematográfica de Daniel Burman. Qué deparará el futuro, a través de cristal analizará el paso del tiempo, con que miedos se enfrentarán sus criaturas y cómo lo harán son algunas preguntas que esperan respuesta.