El director argentino Daniel Burman, pasó de la contundente “trilogía de los Ariel” (con protagonista en proceso madurativo, inmerso en la comunidad judía de Buenos Aires y con evidentes ribetes autobiográficos) a El nido vacío, un término medio entre la comedia dramática familiar más universal y la que sólo Burman podía concebir. Ahora, con su siguiente película, Dos hermanos, se desprende definitivamente de su experiencia o de su fantasía personal (estaba claro con la anterior que Burman imaginaba, desde su primera paternidad, cómo se reconstruye el sujeto una vez que los hijos se van de la casa) para pasar a un film familiar con el que toda la gente mayor pudiera identificarse.
Al ver la película, está claro que Burman es un agudo observador de las personas, con todas sus virtudes y sus miserias. Burman sabe encontrar en la gente aquello que le sirve para sus relatos y sus personajes. En este caso ha logrado componer dos caracteres diametralmente diferentes y enfrentarlos en una pieza que encuentra en el ejercicio de poder de un personaje hacia el otro (de Susana hacia Marcos), la punta del ovillo de un conflicto familiar que, conforme se desarrolla la trama, se irá resolviendo.
El otro aspecto esencial del trabajo de Burman se encuentra, naturalmente, en la dirección de actores. Si en el caso de El nido vacío se valió de una dupla con una historia de pareja televisiva que quedó grabada en la memoria de los argentinos, en Dos hermanos trabaja con dos nombres fuertes de la cultura nacional, Graciela Borges, una de las pocas estrellas, sino la única, del cine argentino de los sesenta que aún se encuentra en actividad, y Antonio Gasalla, con amplísima trayectoria como cómico televisivo y teatral, y prácticamente ningún personaje en cine capaz de exponer su talento. Burman los emplea en dos personajes que captan lo mejor de uno y de otro, y salvo algunos mohines graciosos, es difícil encontrar, principalmente en Marcos, el germen de los papeles habituales de Gasalla en sus comedias. Cuando vemos Dos hermanos, especialmente los argentinos, que conocemos de sobra a estos dos actores, conseguimos despegarnos de Borges y Gasalla y ver en ellos a Susana y a Marcos.
Este trabajo compositivo se vale más de un elaborado perfil de personajes que de una trama capaz de sostenerlos y enfrentarlos con habilidad. Burman logra exponer el conflicto pero éste finalmente se desluce en su desarrollo, con muchas escenas que resienten la trama y algunas disgresiones que intentan darle un respiro al enfrentamiento entre la mitómana y dominante Susana y el triste y apocado Marcos, pero que se encuentran desconectados de los personajes. Ejemplos de esto son la escena en la que Marcos comienza a robar comida de una recepción, un momento gracioso pero que no se sostiene ni muestra una faceta del personaje que luego se retome, o el musical con los créditos finales. Cuando Burman insertó un musical en El nido vacío lo hizo amparándose en una fantasía del protagonista, en Dos hermanos esta escena divorciada de la película (no podría decirse que pertenezca a ella, porque aparece como un mero condimento de los créditos) sólo parece mostrar el interés del director por el musical, algo raro en un director que no se caracterizó nunca por colocar escenas alejadas de la naturaleza de sus personajes.
Lo que puede deducirse es que Burman intentó, y por momentos logró, conectarse con las preocupaciones y los reencuentros afectivos en el mundo de la tercera edad, pero en muchos momentos la extensión de un conflicto que se deshilacha a medida que transcurre la trama, hasta resolverse por algún recuerdo pequeño reelaborado en el presente, demuestran que Burman está lejos de poder identificarse con esos personajes, y comprender su naturaleza a través de esa identificación. La edad, en este caso, le ha jugado en contra, y es por eso que ha condimentado la película con escenas que no encuentran asidero dentro del conflicto y de los personajes.
Curiosamente (o no tan curiosamente, dados los nombres que protagonizan y la fuerte campaña promocional), esta película sorprendió en taquilla en su estreno local, y probablemente haya sido el mayor éxito de Burman en salas argentinas. Conociendo la dedicación y el empeño que Burman le pone a sus obras, es muy probable que no se quede con lo que le dictan las cifras y entienda que esta propuesta exhibe más fallas en su construcción que sus anteriores filmes, principalmente aquellos más cercanos a la experiencia de vida del realizador, que a diferencia de Dos hermanos, ostentaban con orgullo su potente autenticidad.