Madurar Según Daniel Burman
Soy gran seguidor del cine de Daniel Burman. Junto a Israel Adrián Caetano y Pablo Trapero fue uno de los estudiantes de Fundación Universidad del Cine que participó del proyecto colectivo, Historias Breves I en 1995 con apenas 22 años, gracias al corto: Niños Envueltos.
Dicho título es irónico, teniendo en cuenta que las edades del ser humano, y los diferentes tipos de madurez, en cada edad es parte esencial de la filmografía de dicho director.
Con apenas 25 años, se animó a filmar, probablemente, su película más extraña y difícil de etiquetar dentro de su carrera.
Un Crisantemo Estalla en Cinco Esquinas es una fábula rural, nutrida de folclore y leyendas del interior del país. Un cuento que contiene, sin embargo los elementos que el director profundizaría en sus siguientes obras: un personaje en busca de una identidad, que se reencuentra con sus raíces y debe crecer de golpe. La religión y la filosofía formarán parte de su educación y provocarán que cuestione su misión, su venganza. Filmada en El Palmar de Entre Ríos, con una barroca fotografía de Esteban Sapir, Un Crisantemo, es una películas oscura, solemne y pretenciosa. Sus interpretaciones no son destacadas (especialmente José Luis Alfonzo), pero si la comparamos con la mayoría de las obras de mediados de los 90, nos damos cuenta, que se trata de un interesante relato, distinto a lo que se venía haciendo hasta el momento. Un Crisantemo… abriría las puertas al Nuevo Cine Argentino…
Parece que en esos dos años que pasaron desde su ópera prima hasta Esperando al Mesías, Daniel Burman reflexionó más sobre lo que quería hacer en su vida. El tipo de cine que le interesaba. Que quería contar. Y ese impetuoso chico que se graduó de la FUC e hizo un film donde ponía su energía en crear la historia de un personaje igual de impetuoso, cargado de una furia ciega para estallar el mundo, se convirtió en un narrador original. Ya había pasado la infancia (Niños…) y la adolescencia (Crisantemo), ahora había que empezar a encontrar un rumbo en su vida… y proyectó todo sus sueños, miedos y frustaciones en Ariel (Daniel Hendler), un alter ego que iría cambiando de apellido y persona en sus siguiente films, pero en realidad seguía siendo el mismo chico caprichoso que debía encontrarle el sentido a la vida, ya sea como hijo, esposo o padre.
Esta especie de Antoine Doinel que significó Ariel (siempre Hendler, que no solo hizo madurar al personaje sino también que le sirvió para crecer actoralmente, aún cuando algunos se terminen cansando de él) para Burman sirvió como transporte para reflexionar sobre cuestiones existenciales, pero a la vez comunes del ser humano, y especialmente en la sociedad, y clase media argentina.
Al tiempo que Burman busca su identidad como realizador proyecta esa búsqueda a los protagonistas, y tanto autor como personajes experimentan, se confunden, se equivocan y tratan de enmendar los errores… y gracias a lo mágico que resulta el arte cinematográfico, al final, ambos realizador y sus criaturas, logran encontrar un final feliz y satisfactorio.
Porque Esperando al Mesías es un film que está lejos de ser perfecto: la inclusión de puro capricho cinéfilo de actores extranjeros como Stefanía Sandrelli e Imanol Arias, sumado a la participación de Héctor Alterio, y una subtrama incongruente protagonizada por Enrique Piñeyro (antes de ganar reconocimiento por Whisky Romeo Zulu), distraían al espectador de la trama central: con humor cínico, ironía y un dejo de melancolía, Ariel era el verdadero protagonista de esta mirada particular sobre “crecer en Buenos Aires”.
Pero si Ariel era un renegado del amor, Burman necesitaba crear un personaje que lograra vencer sus miedos, y volar hasta el fin del mundo para reivindicarlo. Quizás pocos imaginarían que Alfredo Casero sería el actor ideal para interpretar a este viudo que vuela a Tierra del Fuego para volver a enamorarse. Burman no tiene miedo de elegir a actores de gran renombre y darles una oportunidad en géneros que a primera vista parecen ajenos a lo que suelen hacer. Todas las Azafatas van al Cielo, es su obra más cursi y menos inspirada, pero a la vez es un relato honesto con escenas divertidas, melancólicas y fantasías (nunca faltan las fantasías, sueños y visiones en sus películas) memorables, como la escena de las azafatas haciendo striptease.
La película no fue bien acogida por la crítica lamentablemente. La subvaloraron. Daniel Burman con tres obras, tenía un reconocimiento moderado todavía (a comparación de lo que se convertiría a posteriori) y era difícil encasillarlo como autor. Sus tres películas eran completamente diferentes visual y narrativamente una de otra. Como si fuera un veintiañero que está eligiendo que carrera seguir, después de haber empezado tres diferentes. Pero eso estaría a punto de cambiar.
En 2004, Burman se dio cuenta que Esperando al Mesías había sido su obra más personal, y que tuvo mejor recepción de público y crítica. Era una película que consiguió por primera vez en mucho tiempo, que la gente, especialmente los porteños de clase media y la comunidad judía del centro de la ciudad se viera identificada, reflejada en la pantalla. Eso gustaba.
Por eso, El Abrazo Partido (2004) contempla un antes y un después en su carrera. Un quiebre importante. Es irónico, pero pocos recuerdan que Todas las Azafatas vino entre Esperando… y El Abrazo. Y los memoriosos la consideran un tropiezo de su director. No opino igual. Si bien Esperando y El Abrazo comparten un personaje y universos similares, son muy diferentes una de otra, y Burman necesitaba de Todas las Azafatas para encontrar el patrón “definitivo” de su carrera.
Ya se habría dado cuenta a esta altura que tiene un timing natural para la comedia, y que puede introducir elementos muy dramáticos, filosóficos y profundos de por medio, sin perder por eso la calidez de la historia y los personajes. Premiada en Berlín, significó el ahínco que necesitaba para seguir adelante. Ahora tenía el apoyo de la crítica y el público con solo 31 años. Pocos logran eso a tan corta edad. Y aun así no se trataba ni de un director populachero, ni conservador. Estaba convirtiéndose en un prodigioso autor.
Nuevamente, la madurez y la búsqueda de la identidad, ya se trate dentro de una comunidad religiosa específica (como la judía) en un barrio que reúne mezcla de etnias (el once) como dentro del pilar de la sociedad (la familia). Este sería el tema de El Abrazo Partido. Nunca Burman abandona esa preocupación por el contexto socio económico que vivía el país en ese momento. Y eso es fundamental para lograr el equilibrio que busca entre lo personal y lo nacional.
A partir de El Abrazo, la figura de Burman se agrandaría dentro de la industria: la productora BD Cine (junto a Diego Dubcovsky) empezaría a ser un nido donde jóvenes cineastas pueden desarrollar sus primeras obras (como Anahí Berneri o Ezequiel Acuña), y él mismo ayudaría a fomentar debates sobre el cine nacional debería crecer para llegar a ser una industria nuevamente. Fue uno de los ideólogos de la marca “Cine Argentino”, del portal del mismo nombre, y de construir el Arte Cinema en la calle Salta.
Pero no dejaría de lado, su obra cinematográfica personal. El número par, le cae bien a Burman. Sus obras se estrenan cada dos años exactos. Es un director regular. Ha filmado 7 películas en 12 años. Realmente envidiable tal regularidad con la manera que se hace cine en Argentina.
Con Derecho de Familia, que cierra la trilogía Ariel-Hendler, logra su obra más redonda hasta la fecha. Logra conciliar estética con historia, personajes con contexto, humor con drama, alejándose de la solemnidad y ampulosidad de sus primeras tres películas para centrarse en lo importante, en qué se quiere contar. No hay excesos, no hay carcajadas pero tampoco lágrimas. Una película cuasi – perfecta. Otra obra muy personal. Gracias a Derechos, se cierra una edad de Burman. Arien (Antoine) ha crecido, ha madurado, se ha convertido en padre y esposo ejemplar, se concilió con su padre (aun siendo diferentes personajes y diferentes actores, la relación de Ariel con cada uno de ellos es parecida). Ha cumplido los dictámenes de la religión judía, los mandamientos.
Ahora hay que pasar a otra edad. El Nido Vacío proyecta a Burman como un director maduro, adulto, con cuestionamientos sobre el porvenir. En ese alter ego que significa el personaje de Leonardo (excepcional Oscar Martinez) están las dudas del después… las fantasías, los miedos, de que pasa cuando ese “estado de bienestar” de una pareja que empieza cuando el hijo empieza las clases, hasta que abandona el “hogar”, se termina. Difícilmente a Burman le toque todavía llegar a esa etapa. Pero las dudas afloran, y cuando se llega a la “madurez de edad”, empiezan los deseos de rejuvenecimiento.
El Nido parece haber sido filmada ya por un veterano. A nivel visual se trata de la película más prolija, aunque Burman no pierde por completo la identidad. Hay movimientos con cámara en mano, hay primeros planos y conversaciones en off, pero ahora algo cambió. Burman no es el futuro del cine sino el presente. En El Nido, Daniel cambió a su primer director de fotografía, Ramiro Civita, por el veterano Hugo Colace. Señal de que su búsqueda visual necesitaba otro tono conjunto a la madurez de actores y personajes elegidos (aunque conservan su identidad los encuadres) Sus comedias dramáticas (El Nido es la más ligera en cuanto dramatismo, la más optimista, alegre, divertida denotativamente) se comparan con las de Campanella. Pero mientras que el flamante ganador del Oscar, siempre expone todo su discurso, romanticismo, conservadurismo cinematográfico de la forma más obvia y explícita posible, brindando todas las respuestas al espectador, Burman siempre se guarda cartas, tanto en lo literal como lo implícito, y no da información de más. Siempre deja abierto un capítulo para que lo termine de rellenar el espectador. ¿Acaso no es fantástico encontrar un autor que no de todas las respuestas, pero a la vez se juegue por hacer algo que sea atractivo para un público masivo? En algún momento lo supo hacer Bielinsky, pero Burman supo consolidarlo también. No, a la altura intelectual del director de Nueve Reinas, pero sí con su propio estilo y firma. El cine de Burman, a diferencia de Campanella, no busca conciliar, gustar a todo el mundo, pero al final lo logra.
El Nido Vacío fue otra satisfactoria experiencia del universo Burman.
Crecer Según Daniel Burman
Es raro encontrar un autor que decida tener una filmografía cronológica, en donde los protagonistas de sus historias sumen años conjunto a los del director. Su primer corto incluye Niños (al menos en el título, ya que no pude verlo porque ni figura en youtube) y con Dos Hermanos entra en la vejez. Si bien es cierto que no es una obra original suya (sino de una novela del hermano de su socio) se puede incluir perfectamente en su filmografía y encuadra en esta cronología / análisis de las edades del hombre. Conciente o inconscientemente, Dos Hermanos debía sí o sí venir consecutivamente a El Nido…
Nuevamente el quiebre definitivo de una familia al fallecer un integrante esencial de la misma es el punto de partida de la película, y la búsqueda de los protagonistas por encontrarse, madurar y encarar nuevamente su vida, sin “esa” persona, que era pilar fundamental de su funcionamiento orgánico (lo mismo sucedía en Un Cristantemo, Esperando… Todas las Azafatas y en El Nido, la partida de la hija es simbólica. En El Abrazo y Derecho, el quiebre se da en la incorporación de un miembro, que estuvo ausente, ya sea un padre o un hijo respectivamente).
Pero esta vez el punto de vista es más oscuro, pesimista y melancólico. Se puede decir sin duda alguna, que se trata de la película más triste de Burman, aún cuando no haya ni una escena que trate de generar una emoción lacrimógena. Es muy difícil encarar un drama tan oscuro y no pretender caer en efectismos baratos. Porque si en Esperando y Todas las Azafatas se generaban “esos” molestos momentos sensibles, cursis, románticos utópicos, en Dos Hermanos esa emoción es contenida por la melancolía reprimida de los personajes, por la excelente destreza de los intérpretes, quizás en sus mejores y más logradas actuaciones cinematográficas, por la fría personalidad de los mismos, el humor negro, y una tensión que parece que va a explotar… y por suerte, no lo hace.
Nunca en toda su filmografía, Burman incluyó un personaje tan siniestro (ni siquiera en Un Crisantemo) ni odioso como lo es Susana (Graciela Borges a la medida), Hipócrita, mentirosa, falsa, desposta, superficial, xenófoba, homofóbica, soberbia, egocéntrica, ladrona, insegura, pero al final… querible. Es un personaje construido y pensado a la perfección tanto desde la interpretación sutil y sobreactuada a la vez, como desde el diseño de vestuario. Todo es muy cuidado. Nunca Burman construyó un personaje femenino tan meticuloso como lo es Susana. Marcos, su hermano (magnífico Gasalla: austero, reprimido, tímido, profundo expresivamente en los momentos dramáticos, y sacando a relucir sus personajes televisivos en las breves escenas humorísticas que Marcos le permite), quien ha vivido la mayor parte de su vida, cuidando a su madre, es lo opuesto: humilde, reflexivo, sumiso. La química entre ellos no es buena (Gasalla y Borges no la tienen tampoco, lo cual es otro acierto del casting). Susana manipula demagógicamente a Marcos, lo subestima, maltrata y tortura constantemente, sin llegar la relación Bette Davis / Joan Crawford de ¿Qué Pasó con Baby Jane? Pero el nivel de crueldad es similar. El castigo, los celos porque Marcos trata de construir su vida en un nuevo lugar (que irónicamente le otorga ella), en otro país incluso, llevan a Susana a sublevar a su propio hermano. La revancha de Marcos será encontrar un grupo de teatro, y un profesor en Villa Laura especialmente, que le brinden la oportunidad de ser “alguien”, aún a una edad “madura”. El profesor (brillante Osmar Nuñez) que si bien Burman no lo hace explícito ni obvio ni subrayado, es tan chanta, hipócrita y soberbio como Susana, está representando una puesta moderna (y risible) de Edipo Rey. La relación de Marcos con su madre guarda connotaciones con la historia de Sófocles obviamente y él hará lo imposible por sacar adelante la obra, aun con la inaptitud del profesor, por el cual también se siente atraído en otro contexto que Burman, inteligentemente lo maneja con sutileza, dejando todo implícito, en apenas unos gestos, unas miradas, un par de palabras.
Mientras que Marcos madura y se da cuenta que puede encontrar otra compañía que no sea su madre y su hermana, esta, entra en un vacío espiritual que le provocan tener fantasías (al menos desde mi punto de vista) con un supuesto vecino. La realidad es que ambos son personajes extremadamente solitarios, que solamente se tienen el uno al otro, y de esta forma tienen que aguantarse, y amarse a su manera.
Nostálgica, melancólica, tristemente divertida y cínica, Dos Hermanos es un nuevo paso adelante en la carrera de Burman que confirma que está en su mejor etapa desde Derecho de Familia. Se trata sobre una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre una clase social rencorosa, oculta por máscaras y apariencias. La realidad argentina está manejada con sutileza pero está presente constantemente.
Hay que poner mucha atención a detalles que hablan más sobre la relación que lo que Burman explica: el hecho de que lo que una a la familia, sea la “admiración” por Mirtha Legrand no parece casual. Hay simetrías diplomáticamente no explicadas entre la relación de las mellizas Legrand con mamá Neneca – Tía Lara (ambas interpretadas bellísimamente por Elena Lucena a los 95 años) y la relación Marcos – Susana. Detalle no menor son los vestuarios y peinados de Borges que remiten a las películas que filmó con el fallecido Raúl de la Torre. La película entera contiene un aire del cine argentino de los años ’60 y ’70 tanto por los objetos como por estos personajes que se han quedado en el tiempo, como dos chicos que se negaron a crecer hasta ahora que su madre murió. Inclusive la banda sonora remite a películas nacionales de esos años (un coro de chicos cantando de fondo suena a película de Torre Nilsson, Olivera o Ayala, o de un “giallo” italiano).
Es cierto que no es una película perfecta. Por momentos las idas y vueltas de Buenos Aires a Villa Laura y viceversa se vuelven repetitivas y monótonas. La narración se alarga en algunas escenas que parecen interminables. El ritmo se resiente. Otras mantienen muy bien la tensión (el cumpleaños de Lara). Se trata de una obra más densa y pesada. Los chistes no son demasiado efectivos, pero tampoco hay que buscarlos. Probablemente esta vez, Burman no genere tanta identificación y asimilación con el público, y se trate de una película en la que trató de mantener una mayor distancia estética. Solo hay primeros planos en movimiento en la primer escena. La relación padre-hijo le siente mejor que la relación entre hermanos.
Hay subtramas relacionadas con las divisiones de bienes que no se profundizan demasiado y algunos personajes que pasan sin pena ni gloria. El final se precipita un poco, pero a la vez es más coherente con los finales del resto de sus películas, que con el verdadero desenlace pesimista que merecía esta obra.
Pero el producto final es muy digno y profundo. Da pie a la reflexión y discusión acerca de cual es la importancia de la familia como modelo, hoy en día.
Hay reminiscencia cinéfilas a Un Día Muy Particular de Ettore Scola (con la dupla Loren – Mastroianni), ya sea por el carácter de los personajes como por la frialdad estética. Se nota la diferencia que le impone Colace a la fotografía que la que le daba Civita.
A la vez no faltan algunos caprichos típicos del realizador como incluir sueños engañosos, visiones ambiguas, una sutil crítica a las escuelas de teatro amateur, y sobretodo, como broche final, un número musical al estilo Broadway (esta vez fue “Putting on th Ritz” de Irving Berlin, pero en El Nido Vacío fue el Bolero de Ravel en el Abasto, o las escenas de “rikudim” en Esperando… y El Abrazo).
En su búsqueda por una identidad y madurez cinematográfica (los TEMAS de su filmografía tan particular) Daniel Burman ha demostrado a lo largo de su carrera que se puede ser un autor versátil, original, a veces comercial, introvertido y extrovertido, usar a los géneros como excusa para reflexionar sobre las etapas de la vida, y al igual que los finales de sus películas, lograr complacer y autocomplacerse. Que el paso de los años lo convirtió en un realizador que filma como si tuviese 20 películas en su haber y superara los 60 años de edad (a nivel de sabiduría).
Con Dos Hermanos confirma su estatus como uno de los mejores directores de su generación, un gran director de actores, un autor, un narrador, un novelista (es innegable que todas sus películas tienen una estructura visiblemente episódica), un artista completo, que ya sabe lo que quiere, como lo quiere, porque lo quiere y a quién le quiere contar sus fábulas con moraleja no explícita.
Al que no le guste que Burman nos deje la puerta abierta, que vaya ver a Campanella, que la cierra y, encima… nos deja afuera.