Unos “swingers” made in Argentina
Aun con límites autoimpuestos, la nueva producción Suar es no sólo dignísima, técnicamente impecable y sumamente disfrutable, sino inusualmente lograda y provocativa, para los menesterosos estándares del cine industrial argentino.
Confirmado: la asociación Patagonik-Suar-Diego Kaplan-Juan Vera funciona. Y funciona bien. Bien en términos artísticos, que es lo que importa (los comerciales son de incumbencia de los contadores). Ya había sucedido con la bastante subestimada Igualita a mí, producida por Patagonik, dirigida por Kaplan, protagonizada por Adrián Suar y coescrita por Vera junto a Daniel Cúparo, que vuelve a acompañarlo ahora. Algo así como una sitcom ampliada, narrada con gracia, timing y savoir faire, Igualita a mí estaba en las antípodas de la clase de ignominias que por aquí dan en llamarse “comedias”. Sin abandonar el género ni mucho menos, Dos más dos da un paso más, sumando a los méritos de aquélla temas polémicos: la libertad sexual, los matrimonios abiertos, la moral burguesa, la práctica del swingueo. Es verdad que llegado el punto la película se cuida muy bien de no pasar los límites de lo tolerable (lo tolerable para el público masivo, que es al que con todo derecho apunta). Aun con esos límites autoimpuestos, la nueva producción Suar es no sólo dignísima, técnicamente impecable y sumamente disfrutable, sino inusualmente lograda y provocativa, para los menesterosos estándares del cine industrial argentino.
La película está narrada desde los ojos del personaje de Suar, Diego, encumbrado cirujano cardiovascular y socio de una clínica, junto a Richard (Juan Minujín). Esos ojos se abren, entre asombrados y escandalizados, cuando, durante una cena (en restaurante caro: Dos más dos transcurre enteramente en un mundo ABC1), Richard y su esposa, Betina (una castaña Carla Peterson, en plan desaforado) se trenzan en un beso de lengua digno de una porno. También se abren, con un toquecito más de deseo, los ojos de Emilia, esposa de Diego y meteoróloga de la tele (la infalible Julieta Díaz). Que sean amigos no quiere decir que sus parejas sean iguales. Diego y Emilia tienen un hijo adolescente (que, por su cancherez superada, parece salido de una de Hollywood; en realidad, toda la película parece salida de una de Hollywood), una vida estructurada, una moral sin cuestionamientos y una cama que deja que desear. El típico “él ronca, yo tengo sueños eróticos”.
Decidida a no tener hijos por un buen rato, Betina no se queda con ninguna gana, y el muy descontracturado Richard (Minujín está excelente) la acompaña. Un día, Betina le cuenta a Emilia cómo hace para mantener vivo el fuego: desde hace tiempo que ella y Richard practican el swingueo. De ahí en más, ofrecimiento, curiosidad, dudas, miedos, negativa rotunda de Diego, insistencia de Emilia y allá vamos. Plagado de los más graciosos temores, ansiedades, prejuicios e intolerancias, el personaje de Suar es una tan notoria como exitosa traslación porteña del de Woody Allen. “No me hagas que tenga ganas de coger, por favor” es uno de los pedidos más extraños que se hayan oído en mucho tiempo. Así como la utilización de la palabra “suspicacia”, como clave compartida para salir corriendo, si en medio de la primera fiesta swinger él o Emilia se sienten incómodos. Obviamente que ella va a sentirse mucho más cómoda que él, y ahí empezarán los problemas. Pero no exactamente por tener que bancarse que se enfiesten a la patrona ante sus ojos, que es una condición básica del swingueo, sino porque tarde o temprano dos de los miembros del cuarteto terminarán infringiendo una de las reglas del juego: la de no enamorarse.
Con el personaje de Suar como representante del espectador medio (gran acierto estratégico del guión, para lograr identificación) y cuatro grandes actuaciones (incluida la de Suar, cada día mejor comediante), hay más de un reparo para hacerle a Dos más dos. Que tal como está presentada, la práctica del swingueo parece un berretín de ricos, snobs y/o tilingos (tal vez lo sea), que el turning point se basa en la idea romántica de que a la corta o a la larga, el sexo sin amor no es posible, que el cuidado puesto en la no exposición de desnudeces llega al ridículo (sobre todo una escena, en la que cada parte del cuerpo de ellos tapa exactamente cada zona erógena de ellas), que las libertades que la película se toma son más charladas que ejecutadas, que las zonas más risqués están cuidadosamente elididas (que el swingueo es pansexual se dice, pero no se hace). Lo que no puede discutirse (bah, sí, todo puede discutirse) es que Dos más dos fluye y crece con una fluidez, necesidad, coherencia y organicidad que demuestran que “mainstream argentino” no tiene por qué ser un insulto. Encima, la película de Patagonik-Suar-Kaplan-Vera promueve la discusión, lo cual ya es como un lujo inmensurable.