Cinematográficamente no es fácil abordar algunos temas. En el arte en general, pero en el cine en particular por ser un medio masivo, hay que saber dosificar los impulsos para no caer en el ridículo o, peor aún, en la subestimación de quien observa.
Sin dudas el sexo, con sus variantes y todo lo que se genera a su alrededor, es complicado. A priori, porque todavía hoy, en el siglo XXI, se siguen escuchando conversaciones, frases y sentencias que no sólo no se condicen con la época sino que, además, colaboran a la desinformación a partir de un discurso teñido de vergüenzas, tabúes y prejuicios.
“Dos más dos” trata el tema de la práctica swinger, con gran sentido del equilibrio. Veamos.
Diego (Adrián Suar), casado con Emilia (Julieta Díaz), es empresario médico, dueño de una clínica junto a Richard (Juan Minujín), su socio y amigo de toda la vida, quien a su vez vive en pareja con Betina (Carla Peterson).
La rutina en el matrimonio de Diego parece estar insertándose de a poco, casi sin que el esté consciente de ello. En una reunión Emilia se entera que sus amigos están en un momento de apertura mental y se hicieron swingers, práctica consistente en el libre intercambio de parejas con mutuo consentimiento.
Tenemos entonces las posiciones establecidas para lograr un conflicto bien pensado. Diego, de mente ultra conservadora, se opone tajantemente a la propuesta de su mujer de intentar “salvar el matrimonio” de esta manera. Sus amigos tienen perfectamente asumido quiénes son y están dispuestos a abrirse a su matrimonio amigo para introducirlos en ese mundo.
El punto es que, como para todo en la vida en sociedad, las reglas están hechas para cumplirse. De no hacerlo hay un grave riesgo con consecuencias muy difíciles de revertir. El trabajo actoral en este sentido es clave. Suar logra componer sólidamente a un hombre que se resiste a enfrentar sus propios prejuicios, y es en torno a esto donde el humor fluye naturalmente. Para él no es una apertura de mente, sino convertirse en un “cornudo consciente”.
Luego de establecer y desarrollar el cuadro de situación, hay una decisión de los guionistas y el realizador Diego Kaplan de llevar todo a un plano más importante, más serio, más adulto y acaso más polémico.
Hubiera sido más fácil condenar todo en pos de una moralina sin sustento, pero “Dos más dos” elige un camino interesante para transitar, pues lo que se pone en tela de juicio no es si está bien o mal cambiar de pareja; sino la falta de fidelidad a un pacto explícito, la ruptura de reglas de convivencia y los valores a los que se les adjudica el tono de “códigos”.
Por ser fiel a lo que el guión propone el paso de comedia a drama sucede de una forma natural, pero sin perder del todo ese tono chispeante.
Guión interesante, elenco sólido, un director que sabe lo que quiere y un equipo técnico que trabaja en pos de un objetivo claro, convierten a esta realización en un ejemplo de cómo instalar el tema sin chabacanerías ni chistes fáciles.
Es de esas salidas que invitan a discutir un tema a la mesa del café luego de la función. Como decía al principio, no es fácil tratar algunos temas y, al contrario de lo que uno pensaría, “Dos más dos” (aún con un final que podría considerarse tan conservador como el personaje que se anima a no serlo) tiene la sana virtud de no intentar bajar línea. Más bien se trata de tener la propia.