2 + 2 = 4
Llegado cierto momento, Diego (Adrián Suar), el personaje principal de Dos más dos, tira una frase condenatoria: condenatoria no para él ni para los demás personajes, sino que para la película misma. Porque vaya que los guionistas no podían ser más inoportunos cuando le hacen decir al muchacho que “yo sabía que esto iba a pasar; esta jugada es de pizarrón”. Y todo esto más allá del marco en el que se da esa escena, realmente escalofriante por la impavidez con que la mirada conservadora de Diego es sostenida por la puesta en escena, colocándolo estratégicamente en el centro mismo mientras les baja línea al resto de los personajes: su mujer, su amigo y la esposa de este. Es decir: una película que la va de provocadora, que tiene al sexo, y específicamente al modo de vida swinger, en el corazón de su trama, hecha por los mismos responsables de Igualita a mí (director, guionista, protagonista) no podía terminar bien. Y no podía no por falta de talento (algunos instantes de comedia de Dos más dos demuestran que hay material para trabajar), sino por la confianza en un universo personal (el de Suar) que sólo imagina un tipo de felicidad para sus personajes, una felicidad que se logra con hijos, bajo el sagrado techo de la familia y las buenas costumbres de clase media. El problema de estas películas, en el fondo, no es que son conservadoras (eso uno lo intuye más o menos desde que se sienta en la butaca, y tampoco podemos invalidar algo por su ideología), sino que quieren jugárselas de atrevidas pero nunca dan el paso hacia adelante. Se acobardan y terminan forzando exageradamente y manipulando la experiencia de sus personajes hasta que den con la fórmula que buscan. Porque Dos más dos, como su título parece indicarlo inconscientemente, es una película de laboratorio.
Y esa manipulación en el film de Diego Kaplan es tanto temática como formal. Temática porque, ya saben, hay dos parejas, una partidaria del intercambio de parejas (Juan Minujín y Carla Peterson) y otra convenientemente conservadora y burguesa (Suar y Julieta Díaz) que es invitada a participar de la experiencia swinger: el arco dramático pasará por cómo alejamos a los personajes de conductas que se riñen con las buenas costumbres y los encaminamos en un tipo de felicidad “normal”. Sin embargo, tal vez porque como Diego sabíamos que esa jugada era de pizarrón y una comedia del mundo Suar no puede apostar a otra cosa, no nos termina sorprendiendo tanto y lo que más nos escandaliza termina siendo la manipulación formal. Con esto nos referimos a cómo se fuerza la puesta en escena para evitar mostrar algo de desnudez, una teta, un pito, ¡ni siquiera un pezón! Dos más dos parece cine, disculpen la expresión, para pajeros: hacemos chistes sobre sexo, los hacemos hablar de sexo, jodemos con que este la tiene grande o que el otro no coge nunca o sólo en feriados, pero después no vamos a los bifes nunca. En una de las secuencias más inoportunas, una pareja amanece desnuda durmiendo y las dos manos del hombre tapan explícitamente los pezones de su compañera. Esta anti-naturalidad con que la comedia aborda los cuerpos se la da de narices contra la mismísima premisa de la película: porque ¿para qué ponernos a hablar de sexo si no nos animamos a mostrarlo? y ni siquiera sabemos filmarlo. Cada vez que los personajes van a tener sexo, aparecen unos horribles fundidos a negro que nos dejan con las ganas, no de saber cómo cogen, sino de saber si los personajes sufren, gozan, padecen, disfrutan o lo que sea con el sexo.
Pero, y esto uno logra deducirlo luego de cerrar la película, en realidad esos fundidos no son algo tan arbitrario sino que tienen mucho que ver con la decisiones éticas de esta película. Así como nunca sabemos qué les pasa a estas parejas cuando hacen el amor, el guión (con más agujeros que un cadáver de Los indestructibles 2) coloca unas incomodísimas elipsis que resuelven cosas que la película no puede resolver por sí sola: así, evitamos abordar a los personajes en instancias cruciales y, por ejemplo, el último giro de la película nos queda en un off eterno sin que podamos descubrir cómo fue que los protagonistas terminan como terminan en las últimas escenas. Dos más dos, en definitiva, lo que termina ocultando tras su cáscara canchera y “provocadora” es una comedia de rematrimonio rebuscada y medio pelo, donde el sexo es apenas un gancho publicitario y no se termina profundizando en ningún tema. Porque llegado un momento, cuando la premisa se agota y todavía queda mucho por contar, Dos más dos abandona la ligereza de su primera hora, pierde el norte, el ritmo y la decencia, y su guión se convierte una hoja de ruta que dice: A termina con B y C hace esto con D, a como sea y cueste lo que cueste. Entonces Diego, el conservador Diego, el que se metió en esto del swinger más por presión que por convicción, termina en aquella horrenda escena antes mencionada dándoles lecciones de vida a sus amigos y pareja, y convertido en el verdadero hombre modelo que nunca se equivoca. Es verdad que Dos más dos es bastante tibia, y ni siquiera se toma demasiado en serio eso de ser reaccionaria: si hasta el lascivo Richard de Minujín termina siendo un tierno. De hecho, el final es abrupto y bastante incómodo y más que un final parece, disculpen la analogía, un coitus interruptus. Otro viaje infeliz al centro del Universo Suar. Dos más dos es cuatro, como el puntaje de esta película.