La ley del deseo
Comedia sobre el intercambio de parejas, con humor eficaz y buenas actuaciones.
¿Vos me decís que vamos a salvar el matrimonio cogiéndonos a nuestros dos mejores amigos? La pregunta/reproche, lanzada por Diego (Adrián Suar) a su esposa Emilia (Julieta Díaz) al comienzo de Dos más dos , es acertada. Porque no está hecha de palabras correctas sino adecuadas. Porque Diego, fiel a su estilo conservador, machista, dice “cogerse a” y no “coger con”. Y, sobre todo, porque este es el modo en que él percibe la propuesta swinger que les hicieron Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), pareja que parece pasarla mejor que la propia (aplacada por la rutina) y que, para peor, o mejor, tentó y mucho a Emilia.
Veamos: Diego y Richard son cirujanos cardiovasculares (por suerte, única alegoría del corazón), socios con recelos, amigos de más de una década. Ambos tienen niveles de vida muy altos y están casados con bellas mujeres. Pero, ay de la dulce condena humana: se desea lo que no se tiene. Más: lo prohibido atrae. El resultado, en este caso, es una invitación al amor libre. ¿Al amor libre? Corrijamos: al sexo libre. O no: al sexo programado, con reglas algo más laxas que las convencionales.
Si la comedia Bob, Carol, Ted & Alice , un clásico del intercambio de parejas, representaba a fines de los ‘60 el impulso de la contracultura hippie, Dos más dos representa el malestar de la cultura burguesa del siglo XXI: sus personajes demuestran que no alcanza con tener prestigio profesional, mucho dinero, bienes necesarios e innecesarios, pareja ejemplar e hijos (Diego y Emilia tienen uno, adolescente). Los únicos paraísos posibles son -y seguirán siendo- los paraísos perdidos.
Dos más dos elige abordar esta fatalidad con humor. Un humor eficaz que no condesciende a lo meramente paródico, aunque se base en arquetipos, y que siempre pivotea en torno del personaje de Suar, quien se luce -una vez más- en un papel de tipo común superado por circunstancias ligeramente extraordinarias. Díaz y Peterson también son solventes en sus interpretaciones, aunque el guión les imponga, en la segunda mitad, giros demasiado bruscos. A Minujín, gran actor, le tocó el personaje de menor densidad, de arco dramático con recorrido más corto. Los rubros técnicos, impecables, dan cuenta del mundo “perfecto” en el que mueven los cuatro.
La pregunta, ante una propuesta así, es qué grado de osadía se permitirá. Mucha y poca. Mucha, porque las comedias comerciales argentinas suelen ser más pacatas: Dos más dos hace planteos que desdeñan la domesticación y el recato, elude ciertos eufemismos y tiene resoluciones agridulces o vagamente amargas. Sin embargo, esa audacia no se refleja en la puesta en escena, lo que se hace evidente -por ejemplo- en una secuencia en la que los cuatro amanecen desnudos y a la vez tapándose de un modo absurdo. Y en giros en los que se percibe el guión, con personajes libertinos volviéndose posesivos, tradicionales, como escapados de comedias blancas.