Una Orgía Infantil
La comedia de enredos románticos, familiares (y populares) es un género que en Argentina tuvo la marca registrada de Manuel Romero. Este verdadero genio, compositor de los mejores tangos de la historia, además fue un prestigioso autor cinematográfico que lanzó a la pantalla grande al personaje de Catita, interpretada por Niní Marshall en la trilogía del “Casamiento”. Dicho género tuvo una continuidad mediocre pero simpática durante los años de la dictadura con la saga de La Discoteca del Amor, La Playa del Amor, La Carpa del Amor y El Éxito del Amor dirigidas por Adolfo Aristarain, Julio Porter y Fernando Siro respectivamente. Tengamos en cuenta que en esta época, la mejor forma de filmar sin tener problemas con la censura, era haciendo estas películas.
Desde entonces el género atravesó etapas olvidables. Después del “éxito” de Comodines, Adrián Suar, en vez de seguir con films de acción se dedicó a “renovar” la comedia familiar popular conservadora, con films que tuvieron cierta repercusión, pero que en vez de aportar ideas nuevas al cine nacional, terminan siendo retrógrados, previsibles y repetitivos. Es cierto que no todos son iguales, hay mejores y peores. Aunque no me gusta admitirlo, Un Novio para mi Mujer, es posiblemente la propuesta más interesante, ya que las interpretaciones de Valeria Bertuccelli y Gabriel Goity lograban rescatar la pobreza de una puesta en escena televisiva y publicitaria al guión de Pablo Solarz, que solamente aportaba el personaje de la “Tana” Ferro.
Con Igualita a Mí, llegó al cine de Suar/Patagonik, Diego Kaplan, y el resultado fue aún peor. Kaplan responsable de algunos productos televisivos interesantes, no pudo despegarse de una estética nuevamente publicitaria y darle relieve a un guión menos atractivo que comedia de Garry Marshall.
Dos más Dos es una resta. No solamente, porque se siguen repitiendo las fórmulas de todas las películas anteriores, (los chistes malos, porteños, cancheros sin gracia), sino que pretende ser mejor que todas juntas al intentar transgreder con el tema de las parejas “swinger”, agregar actores que dan cierto relieve interpretativo (Peterson – Minujin) fuera de los tics televisivos, y cuidar un poco más la estética gracias al estilístico trabajo visual de Felix Monti.
Pero no se dejen engañar. El paquete no puede darle brillo al contenido. Por sí fuera poco, el argumento en sí mismo, es casi un plagio. Seré joven, pero he visto cine.
Una pareja empieza a asistir a un club swinger. Desde entonces su relación se ha fortalecido a nivel sentimental y sexual, por lo que tratan de convencer otra pareja de amigos más conservadora, que prueben ir algún día, para mejorar la relación, y a la vez intercambiar parejas respectivamente. Ella se siente atraída, él no tanto. Por lo que el resto de la película tratará de cómo su esposa, y la pareja swinger, tratan de convencerlo para formar parte de la orgía.
Este, no es el argumento de Dos más Dos, sino el de Bob & Carol, y Ted & Alice, comedia maravillosa, transgresora y muy inteligente de Paul Marzusky (1969). En plena era de flower power y de liberación sexual, Marzusky trata de exponer los miedos y prejuicios de la sociedad conservadora estadounidense como una crítica social a la clase media.
En Dos más Dos, el argumento es prácticamente igual pero no existe crítica, ni transgresión. Acá el único pecado de la clase alta porteña es ser infiel unos con otros… y no por aburrimiento como sucedía en Las Viudas de los Jueves, sino por falta de imaginación… narrativa.
En vez del ingenuo y corpulento Eliiot Gould, uno de los mejores comediantes de su generación, tenemos a Adrián Suar, repitiendo el mismo personaje que interpreta desde La Banda del Golden Rocket (el chico temeroso, conservador, inseguro pero canchero). Julieta Díaz está completamente desperdiciada a nivel expresivo como su mujer (piensen en una pareja con menos química y se llevan un premio), y por el otro lado en vez de Natalie Wood y Robert Culp están Carla Peterson y Juan Minujín que al menos componen personajes sensuales, creíbles y con matices. A decir verdad, el mejor y más divertido de todos es el joven Tomás Wicz, que se roba cada escena en la que participa.
No sé si me molestaron más los chistes misóginos, los diálogos construidos con frases hechas, los lugares comunes, la falta de tensión, Alfredo Casero sin la gracia que lo caracteriza o el final ultra conservador, pero previsible, que termina arruinando la propuesta inicial, lo que la diferencia por suerte, de la película de Marzusky que tenía un desenlace más arriesgado.
“No son los años ’70, cuando estaba de moda la liberación sexual” dice en un momento Diego (Suar) a Ricky (Minujín), como justificando la moralina final. Es verdad, pero no por eso tenemos que regresar a la mentalidad papista de la década del ’20.