Dos noches hasta mañana

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

En tránsito

“La idea de viajar no sólo implica moverse o trasladarse, sino también esperar”. En un primer momento, el concepto expuesto por Caroline, una arquitecta francesa, tiene como único fin explicarle a Jaako cuál es la base de su proyecto para refaccionar el aeropuerto de Vilna.

Pero si se piensa con detenimiento, la reflexión no hace más que poner en evidencia la lógica de la película, es decir, la puesta en escena de la espera que, en este caso particular, se aleja del espacio de trasbordo aéreo propiamente dicho pero no de la manera de habitarlo.

Porque lo que manifiestan tanto la protagonista como el director finlandés Mikko Kuparinen, es la primacía de la individualidad o la poca socialización en lugares de gran intercambio; la primera lo ejemplifica con los huecos o sitios vacios que dejan los pasajeros cuando se sientan en los aeropuertos, mientras que el segundo lo plasma con la cierta resistencia entre Caroline y Jaako, dos personas que se cruzan inesperadamente en un hotel, al principio, con una supuesta dificultad de idioma y, más tarde, con los modos de pensar y concebir la vida.

Si bien es cierto que Dos noches hasta mañana plantea una relación pasajera, fugaz y hasta de anécdota, también propone un conocimiento más íntimo de los protagonistas, un intento que se vuelve monótono, previsible y bastante forzado. Por tal motivo, se contrapone a esa primera impresión descontracturada y espontánea y termina por convertirse en un círculo tedioso repetitivo.

Las cenizas que produjeron la cancelación de todos los vuelos se disipan y la suerte de hechizo de detención del tiempo se quiebra. Entonces, sólo resta una pregunta: ¿moverse y esperar conservan su esencia?

Por Brenda Caletti
@117brenn