UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
El cine lleva muchísimos años desarrollándose como arte, por lo que actualmente la sorpresa o lo novedoso resultan difícil de encontrar: lo que se busca en el presente es la efectividad o una realización que se distinga más allá de contar con elementos ya utilizados en innumerables ocasiones. En este sentido, Dos noches hasta mañana no contiene un universo original, sino que es una sucesión de rejuntes de dramas románticos que en su momento dieron resultado pero que aquí, la mezcla, termina siendo forzada y sin éxito.
El film de origen finlandés narra el encuentro entre una arquitecta francesa y un DJ finlandés, que durante un viaje de negocios se conocen casualmente en Vilna, capital de Lituania, y terminan pasando la noche juntos. Al día siguiente, cada uno regresará a su ciudad de origen y nunca volverán a verse. Pero su relación toma un giro inesperado cuando una nube de ceniza volcánica obliga a cerrar los aeropuertos e impide que sus vuelos despeguen.
Lamentablemente hay que decir que la principal falla de la película se observa en su pareja protagónica, que nunca logra transmitir una conexión. La relación emite sólo una tensión sexual que es interesante en la primera parte del relato, pero cuando el film intenta convertirse en algo más serio y profundo, las grietas entre ellos se vuelven abismales y muy notorias.
Además, se agrega un personaje femenino completamente confuso, extraño, prejuicioso, que cambia de estado de ánimo de un segundo a otro y que se pisa constantemente en el decir con el hacer. Una protagonista que quizás busca ser real, pero que su construcción es inverosímil.
Tal vez lo único atrayente de Dos noches hasta mañana sea su parte visual, con precisos planos y una cámara en mano que logra transmitir cierta frescura y naturalidad al relato, más una agradable fotografía. En definitiva, estamos ante un intento fallido de film romántico, que resulta distante y frío, pero que tampoco escandaliza ni indigna. Es sólo una oportunidad perdida.