Lograda comedia para presentar a dos nuevos personajes
Suele relacionarse el término “refrito” con algo negativo. En términos culinarios sería como volver a poner, en aceite hirviendo, una milanesa que ya ha sido cocida, o lo que es peor, usar el mismo líquido todo el tiempo para cocinar las siguientes lo cual le dará un gusto indudablemente rancio. Habremos de hacer una merecida excepción con éste estreno porque justamente del “refrito” es de lo que se ríe “Dos tipos peligrosos”. El chiste de la traducción contradictoria del título original (“los buenos tipos”) corre por cuenta de nuestro país. Con mucho ingenio, y hasta con una nostálgica mirada a la ficción televisiva de los años ‘70, hay material para entrar al cine y salir con una buena sonrisa.
“Buddie movie” es el término que define una peli sobre dos personajes, en principio antagónicos, pero que después terminan queriéndose. Por ahí queda alguna olvidada en este análisis preliminar, pero acaso estamos frente al mejor ejemplo desde “Arma mortal” (Richard Donner, 1986) a esta parte. Aquí se cuenta la historia de cómo Jack (Russell Crowe) y Holland (Ryan Goslin) terminarán trabajando juntos a pesar de cada uno al principio y luego en equipo. El primero es tosco, con poca capacidad de razonamiento pero incorruptible a fuerza de piñas. El otro va tratando de sobrevivir como detective tomando casos insólitos, casi aprovechándose de la vehemencia de alguna anciana. Claro, ambos se mueven en el sub mundo de Los Angeles, y lo hacen porque es el contexto post Vietnam que alguna vez deparó la mayor estadística de crímenes en esos años.
Hasta aquí es bien conocido el argumento. Se vio una y mil veces, pero la insistencia tiene que ver con la siempre vigente posibilidad de hacerlo mejor. Estamos frente a una fina mixtura pop entre la comedia de enredos, el policial propiamente dicho, y hasta con un costado melodramático en la relación padre-hija.
Sin dudas el homenaje más potente es a la serie “Starsky y Hutch” (1975-1979) la cual es parodiada desde la forma de hablar, de correr y de pegar piñas, hasta la capacidad deductiva para resolver los casos. Es más, si juntáramos la soberbia “Boogie nights: noches de placer” (Paul Thomas Anderson, 1997) con “Vicio propio” (2014) del mismo realizador, y un par de discos de Frank Zappa y Kool the Gang tendríamos un mosaico interesante para cualquiera con la intención de conocer la cultura del esos años.
El director amaga con algo interesante en los primeros cinco minutos. Una posibilidad de construcción de personaje que luego es desterrada (admiración icónica en la niñez para luego trabajar sobre ese factor) a favor de otro tipo de relato, y sin embargo esto no quita un comienzo bárbaro. No en vano hablábamos de “Arma mortal” (y también podría citarse la fenomenal “48 horas” (Walter Hill, 1982), cuyo comienzo tiene un par de puntos de conexión con éste estreno. En aquella, veíamos una modelo (volcada a la industria porno) semidesnuda y drogada en un lujoso apartamento, piso 20. La niña, presa de su estado, se tira y aterriza en el techo de un auto (escena memorable). Aquí también la pornografía ocupa su lugar. Vemos un niño levantarse a la noche en su casa, en los suburbios, y tomar una revista cuya modelo de tapa termina “aterrizando” con su auto, atravesando su hogar en dos, sólo para terminar aparentemente muerta y desnuda en el patio ante la mirada incrédula del niño.
Así decide el director irrumpir en la mente del espectador quien comenzará con las primeras de muchas sonrisas que obtendrá a lo largo del metraje. La presentación de la dupla protagónica también tiene su montaje paralelo, para luego ir hacia el punto de giro que clasificaría como policial propiamente dicho. Vestuario, dirección de arte y ni hablar de la acertadísima supervisión de la banda de sonido, completan un combo notablemente respetuoso de la idea de contextualización y caracterización de un proyecto.
Más allá de todo este armado, está claro que Shane Black ama reírse como director, y por carácter transitivo ama hacer reír. Desde la secuencia inicial hasta una suerte de homenaje a aquél corto de “La Pantera Rosa” en el cual muerta de hambre perseguía una moneda que nunca podía alcanzar (acá como si fuera un beso al cine es persiguiendo una torta de película), el director nunca abandona el concepto humorístico otorgándole buenos diálogos, timing y dinámica narrativa cuando el guión lo requiere. No es casualidad, créame. Estamos hablando justamente del guionista de otras “buddie movies” como la citada saga con Mel Gibson y Danny Glover, además de la brillante “El último gran héroe” (John McTiernan, 1993), o “El último boy scout” (Tony Scott, 1991). Conoce muy bien el paño en el que juega y esta vez (tanto tiempo después) vuelve a armar un libreto que divierte mucho.
Parece irónico hablar de frescura en una producción cuyo tiempo transcurre casi cuarenta años atrás. Dan ganas de ver más. Dan ganas de ver otro caso llevado a cabo por estos dos personajes. Se divirtieron mucho en el rodaje. Se nota. Se agradece. Y se pide volverlos a ver.