Shane Black, fanático de las buddy movies, nos retrotrae al setentoso Los Angeles de fin de década para presentar esta secuela espiritual de Entre besos y tiros (2005). Sin Robert Dawney Jr. ni Val Kilmer, aquí los colegas de métodos opuestos predestinados a trabajar juntos se encomiendan investigar el asesinato de una estrella porno. Qué lo logren o no, con el desarrollo de la película realmente pasará a segundo plano, siendo los diálogos y las situaciones que atraviesan en esta suerte de neo-noir lo más divertido de la cuestión.
El guión elaborado por el propio director evidencia el talento de un realizador meticuloso e ingenioso en todo lo que hace hasta el detalle más mínimo de ambientación. El responsable de los guiones de Arma Mortal, Iron Man 3 y El último Boy Scout, entre otras, muestra que lo que él hace es cine de personajes. Y para eso necesita actores que respondan a las necesidades de su guión, algo que el carismático duo protagonista de Ryan Gosling y Russell Crowe ejecuta a la perfección.
Su historia por momentos divaga y hasta puede volverse confusa, pero su mayor fortaleza radica en el atrevimiento de involucrar temas que no son comunes a Hollywood disfrazados como comedia detectivesca. Por momentos es políticamente incorrecta y aunque no logre profundizar sobre un villano de turno (que naturalmente no revelaremos), es curioso como la intriga con simpatía e inocencia arriesga a implicar intrincados casos de corrupción con grandes corporaciones. Algo que generaría sentimientos encontrados en el mismísimo Donald Trump a la hora de escoger bando.