Heridas de la guerra fría
Una lista de los más extravagantes y perversos proyectos del nazismo no estaría completa sin la inclusión del programa Lebensborn. Durante la ocupación nazi en los países escandinavos, los hijos de las mujeres relacionadas con soldados alemanes fueron apropiados por el régimen y criados en orfanatos especiales, con la finalidad de, digamos, “enriquecer” la raza aria con un componente vikingo. Luego, durante la Guerra Fría, la Stasi, el organismo de inteligencia de la República Democrática Alemana, entrenó a muchos de esos chicos para usarlos como agentes de inteligencia en sus países de origen. El director alemán Georg Maas se inspiró en un oscuro episodio ligado a este background para escribir Dos mujeres. Y lo que logró es un film al principio críptico, algo monótono, pero de un gran vértigo a medida que la trama se desmadeja.
La acción transcurre tras la caída del muro de Berlín, en 1989. Katrine (Juliane Köhler), que reencontró a su madre Ase (Liv Ullmann) habiendo escapado de Alemania en un bote, recibe la visita de un abogado alemán que la insta a enjuiciar al gobierno noruego, acusado de maltrato hacia ella y su madre por ser víctimas del programa Lebensborn. Por su pasado oculto, por su vínculo con agentes de inteligencia alemanes, Katrine resiste inicialmente la propuesta del abogado hasta que, animada por su hija, va a juicio y no puede evitar que la historia salga a la luz. Maas muestra fragmentos del pasado de Katrine mediante flashbacks que adquieren sentido en el tramo final, pero el film es esencialmente riguroso y llano. Con un título de varios significados, Dos mujeres tiene la virtud de introducir misterio en un drama de contenido documental, al tiempo que condensa una complicada trama en apenas una hora y media.