La dualidad con rostro de mujer.
La demora que se percibe desde el inicio hasta promediar la primera media hora de película para configurarse realmente de qué se trata Dos vidas, se ve subsanada de inmediato al atar una serie de cabos que, a rigor de verdad, aparecen desperdigados en el relato.
La referencia directa a la caída del muro de Berlín que mantenía separadas a las dos Alemanias, la Federal y la Democrática, refleja que de esos escombros emergen historias oscuras y secretos que parecían sepultados por el paso del tiempo, las complicidades internacionales e internas y un sinfín de intereses políticos y económicos que sostuvieron durante décadas la Guerra Fría y todos sus derivados, a lo largo y ancho de Europa.
El hecho de que la protagonista se disfrace con una peluca al pasar por un aeropuerto desde Noruega a Alemania nos introduce en un relato que rozará las líneas narrativas del cine de espionaje -¿doble agente?- pero al introducir de lleno a una familia de clase media noruega en apariencia feliz, la perfecta fachada para no levantar sospechas, oculta su verdadero sentido.
Ese es el mérito -quizás el único destacable- de su realizador George Maas en su segundo opus, que desarrolla con ciertos contratiempos la historia de las denominadas Alemanas Tristes, episodio poco conocido que se remonta a los años del nazismo y a la ejecución del programa Lebensborn, el cual consistía en separar a los niños nacidos de madres noruegas y oficiales alemanes por considerarlos arios y así trasladarlos a maternidades germanas para que se desarrollen y crezcan allí. Sin embargo, la derrota en el campo bélico con la posterior caída del Reich y del régimen nazi en su conjunto condenó a esas criaturas a una infancia humillante por considerarlos los niños de la vergüenza.
Sobre ese pilar histórico y poco conocido de la historia nazi y mucho más aún de la suerte de muchas madres noruegas sometidas a esta práctica aberrante se basa la investigación judicial del tribunal de Estrasburgo y se alimenta la obsesión de un abogado noruego (Ken Duken) quien, tras la caída del muro, pretende llegar hasta las últimas consecuencias y conseguir mediante un juicio y testimonios de las víctimas un resarcimiento del gobierno noruego.
El eje de su investigación se concentra en la historia de la única noruega que logró escapar luego de la guerra; cruzar la frontera y reencontrarse con su verdadera madre ya en Noruega años después. Esa es la historia de Katrine (Juliane Kohler), quien al recomponer los lazos con su madre (Liv Ullman) conformó una familia con esposo, hija y nieta, como parte de su plan en su calidad de espía, que se verá en jaque de conocerse su verdadero pasado como integrante de la Stassi, policía secreta que hizo estragos en la pos guerra y que perseguía a los disidentes que intentaban cruzar fronteras.
El testimonio de Katrine ante el tribunal resulta clave tanto para el abogado como para que la investigación provoque una sentencia favorable aunque la verdad de su historia expondría su tapadera y verdadera identidad, algo que sus superiores de ninguna manera pueden permitir.
Dos vidas entonces escarba entre las verdades y mentiras que rodean el pasado histórico de Alemania antes y después del nazismo (sobre un tópico parecido en cuanto a la época trata el film Lore) con la distancia adecuada para no verse involucrado en un punto de vista cerrado o la mirada sesgada ante los acontecimientos narrados desde la novela de la alemana Hannelore Lippe.
Tal vez, si bien resulta atractiva la idea de dualidad en el personaje de Katrine, su doble moral al usurpar identidades ajenas, que a fuerza de claroscuros en el tratamiento de la imagen refuerzan este aspecto de su personalidad se resiente un tanto el revisionismo histórico que se propone de antemano para acotar las acciones exclusivamente al drama familiar y a los dilemas éticos de la protagonista.
Una inmejorable oportunidad para ver a Liv Ullman en cine aunque en un personaje que no logra crecer desde el punto de vista dramático en comparación a la notable actuación por partida doble de Juliane Kohler. Este film elegido por Alemania para competir en los Oscar fue uno de los 9 pre-nominados y resulta extraño que no haya quedado entre los 5 ternados porque logra mixturar el thriller con el drama testimonial de manera eficaz y entretenida para el público local y extranjero.