Un editor engaña con una rubia a su esposa, quien a su vez lo engaña con un escritor cuya esposa, en fin, no vamos a entrar en detalles porque se pierde la gracia. Esta es, en cierta medida, una comedia de amores y amoríos. Y es, en mayor medida, una comedia de reflexiones sobre la pérdida de otros amores: la vieja industria editorial, la llamada Cultura con mayúsculas, los lectores de antes, los críticos eruditos e influyentes, vale decir, todo eso que hoy está siendo avasallado por las ediciones digitales, las redes sociales, la superficvvialidad general y la impunidad de los “like”.
Nuestros personajes, todos de mediana edad, no se hunden en la nostalgia, tratan de amoldarse a los nuevos tiempos y mantienen firmes sus amados hábitos. Les gusta charlar en lugares bonitos, deslizar frases agudas sobre asuntos diversos, estar al tanto de las novedades, vestir bien, comer y beber bien, y nunca confesar lo inconveniente. Ellos practican la diplomacia, la discreción, el doble sentido y la falsedad, no sólo en cuestiones íntimas, sino también en los negocios, la vida social y la política. Y esto, de alguna forma, les hace mantener la convivencia.
Simpáticos y/o deplorables, según se los mire, así los pinta Olivier Assayas, buen observador y prolífico realizador. Entre los intérpretes figura Juliette Binoche, a quien, en una escena que causa la risa del público, alguien le pregunta por... Juliette Binoche. Eso, Mirtha lo vivió antes, en “Mi novia es un fantasma”, 1944, cuando Pepe Iglesias le presenta varios artistas de cine, ella misma pregunta “¿Y Mirtha Legrand?”, y el otro le responde “No pudo venir porque está filmando esta película”.