El aprendizaje del amor
Toda gestación de un proyecto de carácter independiente encierra en sí mismo una historia digna de filmarse. Allí, entran en juego tantos factores adversos como la capacidad y creatividad para resolverlos siempre con esfuerzo, pero con la convicción de que esa historia merece la pena ser narrada. Y tal vez desde ese pequeño lugar, la conjunción de realidades distintas encuentra cauce y causa común.
En este caso una palabra que no dice más que eso: Síndrome de Down pero ponerle el rostro, el corazón y el trabajo para que la palabra pierda su significado único y adopte muchos otros es confrontarla con la mirada. Mirar a veces implica mirarse, no observar desde la distancia de aquel que no busca comprometerse.
Por eso para Gustavo Garzón hablar de su propia experiencia como padre de dos gemelos con Síndrome de Down implicaba en primer término exponer algo de su intimidad y en segundo reforzar esa convicción que siempre lo acompañó en su carrera, donde su vida personal no fue utilizada por él o por su entorno con ánimo de diferenciarlo, posicionarlo en otro espacio como “abanderado” de la integración, otra palabra que tampoco significa mucho.
En el documental, Gustavo Garzón amalgama su experiencia de vida con el trabajo de Juan Laso, creador hace 11 años de un taller de teatro llamado Sin drama de Down, y más allá de ese juego de palabras lo que diferencia el método de Juan respecto al de otros talleres que incorporan actores con capacidades diferentes es precisamente el trabajo inclusivo.
Las creaciones colectivas del grupo completamente integrado por personas con Síndrome de Down encuentran en la representación de pequeñas obras teatrales, además de un film, la mayor riqueza y autenticidad con una marcada disciplina porque todos los integrantes, ahora se sumaron los gemelos Garzón, son conscientes del juego de actuar, con sus dificultades a la vista, aspecto que el propio Laso reconoce y sobre las que se trabaja pacientemente día a día.
La cámara registra esas clases y ese proceso creativo de un segundo proyecto, filmar en el campo una historia con mensaje ecológico, pero también historias de amor, -desde un lugar y distancia justo- es tomada por cada uno de los integrantes como algo natural sin atisbo alguno de pose frente a ese elemento externo y mucho menos inhibición por la imagen en charlas, donde a veces el propio Gustavo Garzón también participa.
Escuchar a los propios protagonistas en rondas de trabajo con sus problemas, temáticas e inclusive reflexiones acerca de la discapacidad y la diferencia entre la idea de enfermedad, condición, o capacidad diferente abre los ojos y lleva implícito un enorme reconocimiento al trabajo de Juan Laso, nuevamente en otro juego de palabras opera desde su rol como el lazo que incluye y se deja incluir. De eso se trata integrar al otro, formar parte de su realidad para aprender desde la diferencia y no buscar adaptarlo a una única realidad.
Down para arriba es un documental que se disfruta por su amplitud de criterio, que no busca el didactismo sobre la discapacidad ni se para en el pedestal de la autoridad para hablar sobre esa temática, sino que lo hace desde un lugar mucho más incómodo para lo políticamente correcto: el lugar donde existe una escuela que enseña el amor más que el teatro u otro tipo de arte con el cuerpo pero sin el corazón.