La idea de Julian Fellowes de continuar la historia de la aristocrática familia Crawley en el cine tuvo su origen en la convicción de que el éxito de la popular serie –que completó seis temporadas- podía trasladarse a la gran pantalla, pero sobre todo en la certeza de que el público quería seguir en compañía de sus amados personajes un tiempo más. El éxito monumental de la primera versión fílmica de Dowtown Abbey en 2019 fue prueba más que suficiente de que la lógica anacrónica y escapista que promete ese universo es más que bienvenida, incluso vía el pago de una entrada.
Ahora ha llegado el segundo acto, similar al primero, pero sin las exigencias de presentarse a nuevos espectadores y con la conciencia de que el tiempo de sus personajes y sus actores también resulta perecedero. Si bien los efectos de la pandemia parecían amenazar la rentabilidad de esta aventura, ahora que las únicas grandes producciones que tienen el reino asegurado en la gran pantalla provienen del conglomerado de superhéroes, Fellowes reitera la fórmula que conoce mejor. Recordemos que la clave original de la serie era una milimétrica cruza entre la narrativa que el autor había probado en el guion de Gosford Park –con la misma dinámica entre el arriba y el abajo, los señores y los sirvientes, sin el crimen de salón pero con algunas intrigas melodramáticas-, y una canónica pincelada de los cambios sociales que experimentó Inglaterra en el primer lustro del siglo XX, luchas y tensiones que la serie digirió con el brillo apropiado. Como dice la Violet de Maggie Smith en esta nueva era: “Superar lo imprevisto, de eso se trata la vida”.
Y en ese ir en paralelo a la Historia, Fellowes desarrolló un mundo propio para los Crawley, con sus conflictos de linaje y alcoba, sus amores perdidos y sus rentas en recesión, pero signados por el ingenio en los diálogos, el charme en los vestuarios y los imponentes decorados de la campiña inglesa. Nada de eso cambia en esta nueva película pese al anuncio de “una nueva era”. Lo que anuncia el futuro en realidad es una progresiva consciencia de la despedida de ese tiempo, recogida por la voz de la matriarca del clan y la actriz emblema de la saga: Maggie Smith. Ya en el final de la entrega anterior había signos del pasaje de mando a sus herederos, sobre todo a partir de la construcción de Lady Mary como la nueva rectora de Downton Abbey y de Michelle Dockery como el epicentro de cualquier posible continuación del querido universo.
Downton Abbey: Una nueva era confirma todas nuestras sospechas, pero al mismo tiempo trae algunas novedades. La historia comienza a fines de los años 20 con el espléndido casamiento de Tom (Allen Leech) y Lucy (Tuppence Middleton), el descubrimiento de una herencia inesperada para Violet y la confirmación de que la era del cine mudo ha concluido. La inesperada muerte del marqués de Montmirail revela que su espléndida villa en la Costa Azul ha sido legada a Violet gracias al recuerdo de unos días de verano que compartieron en su juventud. Más allá de la sorpresa, la noticia del polémico testamento y de la disputa legal que parece decidida a iniciar la marquesa –interpretada por la actriz Nathalie Baye- lleva a una comitiva de los Crawley a pasar unos días en Francia y descubrir algunos secretos en la vida pasada de la abuela.
Mientras tanto en Inglaterra, Downton Abbey se convierte en el escenario de una película, The Gambler, una de las últimas reliquias de la era silente. Las dificultades financieras que siempre parecen acechar a los Crawley convencen a Lady Mary de convertirse en la anfitriona del equipo de rodaje de la British Lion en un melodrama que recuerda a aquel The Dueling Cavalier que parodiaba Cantando bajo la lluvia. Es que de allí sale el homenaje a ese tiempo incierto de pasaje del mudo al sonoro que convierte al set improvisado en las tierras de los Crawley en un territorio de voces chillonas, disputas de egos e intentos de subirse a la fiebre de las talkies. Esa es la línea argumental que mejor funciona, aun cuando sus citas a Napoleon de Gance, a la célebre The Terror de Roy del Ruth –una de las primeras películas en usar sonido sincrónico en todo el metraje- y a la propia Cantando la lluvia sean superficiales. No solo explota ese juego entre lo real y lo representado, mantiene la fantasía como última propiedad de ese mundo anticuado que es Downton y aprovecha las incorporaciones de Dominic West, Laura Haddock y Hugh Dancy, cada uno con sus historias de amor o redención.
Downton Abbey: Una nueva era se mantiene firme dentro de los límites de un universo prolijamente diseñado, sin aventurarse a decepcionar a sus fans ni a perder esa mística inventada. Las fotografías donde todos se acomodan para la cámara son el mejor ejemplo de la tarea de Fellowes: evitar que nada ni nadie se salga del encuadre.