EL DISCRETO ENCANTO DE LA ARISTOCRACIA
La peli de Downton Abbey es sólo para fanáticos de la serie
La serie creada por Julian Fellowes salta a la pantalla grande con el mismo encanto y alcurnia que su predecesora televisiva.
Julian Fellowes le encanta la aristocracia británica y sus contrastes con la servidumbre, sin los cuales, seguramente, no podrían sobrevivir ni un par de minutos. Tras ganar el Oscar con el Mejor Guión Original por “Gosford Park: Crimen de Medianoche” (Gosford Park, 2001), siguió ampliando estos temas en “Downton Abbey” (2010-2015), el drama de ITV y PBS que no tiene nada que envidiarles a las producciones de la BBC. A lo largo de seis temporadas y cinco especiales navideños, la historia de los Crawley recorrió las primeras décadas del siglo XX y, a través de ellos y sus conflictos, surcamos un montón de hechos históricos que repercutieron en las vidas de esta familia de Yorkshire.
Ahora, cuatro años después del final de la serie, Fellowes decide retomar la trama dieciocho meses tras el desenlace de la última temporada con un hecho que pone a Downton Abbey patas para arriba: el arribo del rey Jorge V (Simon Jones) y la reina Mary (Geraldine James), como parte de una gira real por la campiña. La noticia, más que alegrar a los habitantes de la casa, despierta varios conflictos domésticos ya que Maud, Lady Bagshaw (Imelda Staunton) -prima de Robert Crawley (Hugh Bonneville)- viene en el paquete como dama de honor de la monarca. El problema es que Maud no tiene herederos y Robert es su pariente más cercano, una situación que puso a ambas familias en jaque, sobre todo a la matriarca Violet Crawley (Maggie Smith).
Lo pintoresco de “Downton Abbey” (2019) -la película- es el revuelo que se arma en la mansión antes de la visita de los reyes, sobre todo con los numerosos sirvientes que, entusiasmados por la ocasión, van a ser desplazados por el comité que viene desde el palacio de Buckingham, con mayordomo incluido. Ninguno de los criados de Downton quiere ceder su lugar (más allá de sus férreas creencias políticas), lo que inicia una simpática rencilla con su nueva competencia.
Arriba, la cuestión es diferente porque a Lady Mary Talbot (Michelle Dockery) le toca cargarse todas las responsabilidades al hombro, un compromiso que la obliga a replantearse esta vida de lujos y alcurnia, y hasta sopesar la posibilidad de abandonar la propiedad para convertirla en escuela o alguna otra cosa, como ya lo hicieron varias familias de la zona. Estos cambios de actitud ante su estatus social vienen de la mano de los cambios de la época. Estamos en 1927 y la modernidad amenaza con interferir en las tradiciones que, si bien no van a mutar demasiado, al menos, deben adaptarse a los tiempos que corren.
Llegaron las visitas
Si bien los hombres siguen siendo las figuras más preponderantes de este presente (son los únicos que pueden heredar, por ejemplo), los machos proveedores, los héroes que salvan el día y los que viven aventuras; a las mujeres, además de quedarse en casa a tomar el té y hacer sociales, les toca tomar las decisiones más difíciles, muchas veces, chocando con las convenciones de la época.
“Downton Abbey” es una continuación correcta que mantiene la calidad de la serie original -no hay con qué darle a esa puesta en escena, el vestuario o el reparto coral-, pero también su planteo de melodrama con contexto histórico. Los no iniciados pueden no tener la menor idea de quién es quién y qué les ocurrió en el pasado, pero Fellowes y el director Michael Engler (responsable de algunos episodios de la serie) encuentran la excusa perfecta para enganchar, incluso, a aquellas audiencias que no están familiarizadas con la trama gracias a una historia sencilla que le da lugar a cada uno de sus personajes y, además, suma misterios, drama y un poquito de romance sin caer en ningún extremo.
El futuro de Downton está en sus manos
Acá no hay villanos, ni siquiera antagonistas de peso, sólo un conjunto de situaciones que se van hilando alrededor de la visita real, los Crawley y sus conflictos (internos y externos). El resultado es un relato sólido y disfrutable, casi inocuo, porque los realizadores nunca se molestan en tratar de analizar cuestiones de clase. En el universo de “Downton Abbey” a los sirvientes les gusta servir sin cuestionar su lugar político o socioeconómico. Queda claro que son los verdaderos engranajes, responsables del funcionamiento de la casa, y se conforman con las felicitaciones de sus amos y un trabajo bien hecho.
Así, la película sigue los mismos convencionalismos de la serie de TV sin innovar en su estructura o tomar algún riesgo. Es más, sus realizadores fueron a lo seguro para testear el terreno cinematográfico, uno al que tranquilamente podrían volver muy pronto ya que esta entrega deja el tablero bien acomodado para que la tradición de los Crawley continúe…, además de que la apuesta fue un éxito en las salas de Estados Unidos.