La familia Crawley llega a la pantalla grande.
Nos ponemos imperiales para recibir la versión cinematográfica de la popular serie que ha cosechado miles de fans, Downton Abbey. Cuatro años después del recordado final, llega esta especie de extensión de la ficción (podría ser un capítulo más tranquilamente), que narra una situación muy especial que deberá atravesar la aristocrática familia Crawley.
Los herederos del conde Grantham vivirán una de las experiencias más emocionantes de su vida, al igual que sus empleados, al recibir en su imponente castillo nada menos que a los reyes de Inglaterra. La realeza pasará solo una noche, pero despertará una verdadera conmoción entre los involucrados. Todos querrán servir de forma honrrosa a la amable pareja.
Claro que este es el disparador, o conflicto principal, para que se desencadenen distintas subtramas que involucran a todas las clases sociales de la época. Amoríos, declaraciones de matrimonio, replanteos sobre esa forma de vida noble ya en decadencia, embarazos, salidas del closet y hasta un secreto familiar muy bien guardado.
O sea que como en la serie, la acción no cesa entre situaciones y diálogos verborrágicos, todo amenizado con un humor inglés característico. Si bien la versión televisiva abordaba sucesos reales como el hundimiento del Titanic o la formación del Estado Libre Irlandés, aquí la trama es más ligth. No hay temas de relevancia histórica, sino que todo versa en torno a la visita real.
Quien no ha visto el éxito televisivo quizá encuentre los planteamientos de la cinta un tanto retrógrados. La cuestión de esa veneración y sumisión ante los reyes, dueños de títulos heredados, sobre todo por parte de los empleados de la mansión, o cómo está metido a fórceps el conflicto gay, por ejemplo, nos remite más a una narración rancia que nostálgica.
Con un guion más endeble, de todos modos, no dejará de tener encanto para quienes están en sintonía con la serie. Podrán disfrutar tanto de la mansión como de esos personajes ya conocidos, sumergidos en una coralidad de situaciones cómicas y palaciegas, así como de un diseño de producción impecable, rodeado de lujos, brillos y excentricidades.