Downton Abbey es la película perfecta. Perfecta para los devotos de la serie estrenada en 2010 por la cadena ITV -disponible aquí por Amazon Prime Video- que ven reaparecer aquel espíritu de una aristocracia en pugna entre la persistencia y la extinción, con la misma ácida conciencia del tiempo perdido y la misma pausada construcción de sus celebraciones y derrotas. Pero también es perfecta como puerta de entrada para un espectador ajeno al mundo de los Crawley, ceñido a esa mansión señorial de Yorkshire, que concentra la esencia de lo que allí se puede ver.
Julian Fellowes se apoya en los mejores pilares: la visita de los reyes de Inglaterra a Downton, que visibiliza tensiones latentes en ese 1927 -monarquía versus republicanismo, emergencia de movimientos sociales, dilemas del linaje y la herencia-; algunos misterios sobre identidades ocultas y potenciales amores y la disputa entre los viejos servidores de la familia Crawley y los recién llegados a las órdenes de la realeza. En ese juego, ningún personaje pierde interés e integridad, aunque su presencia sea apenas una fugaz aparición.
La serie fue menos la afirmación de una realidad que la añoranza de un ideal, y esta coda imaginada por Fellowes es honesta con su propia evocación. En esa clave, Maggie Smith consigue que su lady Violet sea el mejor termómetro de ese universo, astuta en sus disputas verbales, emotiva en sus confesiones y lúcida en la certera lectura del porvenir.