Luego de pasadas más de dos décadas del último estreno comercial de una película dirigida por Darío Argento, el conocido padre del género del terror italiano, era lógico que se generaran expectativas.
Teniendo en cuenta que estamos frente a un texto clásico, casi inmortal, sin querer ser lineal, como lo es la novela escrita por Bram Stocker, “Drácula 3D” incrementó las perspectivas al poder ser testigos de algo diferente, de la relectura de una obra llevada al cine en infinidad de oportunidades, siendo Francis Ford Coppolla, allá por el año 1992, el que supo ser fiel a la obra, extraer la historia de amor, desplazando lo terrorífico a un segundo plano, aunque no demasiado lejano.
Pues bien, la vida trae sorpresas y decepciones, aquí estamos frente al segundo caso. No hay en la producción del italiano nada que la separe de las demás versiones realizadas, copia u homenaje, elija la que le guste. Es posible distinguir significativos elementos de otras realizaciones, principalmente en la construcción del Drácula interpretado en esta oportunidad por el actor alemán Thomas Kretschmann, observándose muchas similitudes con la recreación del personaje hecha por Gary Oldman en la versión de Coppolla.
Esta versión peca por anticuada, nada agrega, y ese es su mayor defecto, ya que en términos de estética, dirección de arte, recreación de época, utilización de los espacios de representación, diseño de vestuario, y los tecnicismos, léase 3D, el filme cumple, no así la fotografía con colores espectrales como si eso sólo alcanzara, y a medida que se apuntala en la iconografía del texto la obra va perdiendo de vista el in-crescendo tensional que debería poseer. Todo es revelado, lo que hace disipar la “incógnita”, el suspenso, pues no utiliza en ningún momento la idea del terror latente, lo no mostrado, lo desconocido, sino que todo es anticipado y exhibido en pantalla.
Por ende lo más pobre de esta realización pasa por el guión, o su reescritura, como si al director poco le importase, lo que hace que al filme se sienta lentificado y aburrido, apoyado en las actuaciones, diálogos enfáticos y actores andantes en automático.
Lo que si se agradece a Darío Argento, sobre todo en la platea masculina, es que no tuvo reparos en desvestir a las ninfas, hasta con su hija Asia no tiene estos tabúes, quien personificando a Lucy muestra que a pesar de los años esta en cierta forma vigente, incluidos todos sus atributos. En el rubro de las actuaciones es donde Rutger Hauer en la piel de Van Helsing sobresale sin demasiado esfuerzo, con todo el aplomo que lo caracteriza.
Darío Argento ha quedado en deuda. El punto es que tiene bastante hándicap como para sostener y soportar un pequeño paso fallido.