Un Drácula con tacones
Felicitaciones a Dario Argento; pese a muchos intentos, el peor Drácula de la historia es incuestionablemente suyo. Para un film presentado con tanto orgullo (Dracula di Dario Argento es el título original), el padre de todos los vampiros es aquí una figura diminuta, una suerte de gay reprimido que luce más enamorado de su asistente Renfield que de Mina Harker. Cierto que el grotesco es la impronta del director italiano, pero lo que en clásicos como Suspiria o Rojo profundo parecía deliberado, en este caso huele más bien a accidente (y para ver a un Drácula grotesco, ya está la inmejorable versión de Paul Morrissey, de 1974). La fastuosa presentación insinúa cierta competencia con el Drácula de Coppola, pero Argento no se ciñe en absoluto al libro de Bram Stoker (Jonathan Harker, por ejemplo, muere a poco de comenzar el film). No sólo Thomas Kretschmann como príncipe de las tinieblas resulta inverosímil; las actuaciones de Lucy (Asia Argento) y Mina (Marta Gastini) son lamentables. Tal es así que cuando Rutger Hauer entra a escena, como Van Helsing, uno siente que se equivocó de film. Incluso a sus 69 años, el holandés podría haber hecho un vampiro original e inolvidable.